lunes, 9 de enero de 2017

PATERSON:
He seguido dándole vueltas a Paterson, planteándome un par de preguntas: ¿Qué chirriaba en ella? ¿Por qué se me hizo larga una película cuya propuesta temática y narrativa me parecían muy interesantes? He hallado unas respuestas en la falta de verosimilitud y en el trasfondo ideológico que destila.
Wiliam Carlos Wiliams y el conductor de autobús coinciden en su modus operandi: recoger anécdotas y el habla popular para transformarla en poesía. El primer problema surge con el enfoque al material humano y social, con la ausencia de verosimilitud en buena parte de los personajes y las situaciones. Si se utiliza la primera persona para que las vivencias y pensamientos resulten más creíbles, o bien se ha vivido en carne propia una experiencia similar, o uno se ha esforzado mucho en la documentación. Jarmusch pretende retratar a sus personajes “desde dentro”, pero falla por ignorancia de su realidad diaria, sobre todo la del protagonista, o por una idealización pueril de ella. Narra un cuento de hadas donde no existen los conflictos. Ni personales, ni en las relaciones (salvo dos caricaturas), ni colectivos. No me creo, por ejemplo, que a lo largo de una semana laboral un conductor de autobús, en la ciudad norteamericana con más densidad de habitantes tras Nueva York, no viva alguna situación tensa con un pasajero. El tipo tiene anulada la personalidad, pero si a la escena de la avería - el único contratiempo - donde se preocupa de sus viajeros, sobre todo de los infantiles, como un pastor de sus ovejas - aunque, por culpa de su aversión a la modernidad debe asumir la humillación de llamar con el móvil de una niña - si a esa escena, digo, le sumamos el arrojo para arrebatarle la pistola al enamorado desesperado – no sabemos aún que es de juguete – se nos presenta el prototipo del héroe, una actualización, en versión currante, del poeta-caballero renacentista que, además, es un marido enamorado con remordimientos por tener pensamientos de infidelidad. El edificante relato de la vida de un santo laico con más paciencia que Job. Todo demasiado puro y bonito para ser verdad. O demasiado cruel con el pobre conductor-aspirante a poeta si es una caricatura (sobre esto hablaré luego).
Esa ausencia de conflictos impide a sus personajes crecer y cercena el desarrollo argumental. Sin embargo, si se hubiera quedado en un poema visual algo ñoño y con personajes planos, hubiera aceptado el juego del creador que, a propósito, parece diseñar un cuadro naif. Otros elementos la salvan de sobras. El segundo problema surge cuando incluye el humor. Corrijo, incluye la caricatura y la burla. El humor nos salva de la mediocridad, pero puede volverse como un boomerang y sumergirnos en ella. Todos los personajes son caricaturas más o menos crueles, salvo Paterson, que sólo lo es en parte. Con una peculiaridad: todos son de extracción humilde – en Paterson, ciudad, no deben existir poderosos o acomodados - y el sentido del humor consiste en burlarse no sólo de sus vicisitudes, sino también de su personalidad. Igual que en los cuentos baturros, si bien en estos el bruto del cachirulo, a veces, era astuto. Son seres simples, cuya edad mental parece no haber superado la adolescencia, conformes con su destino de rueda en el engranaje social y simples marionetas también en el juego estético. En resumen, aunque sea de una manera inconsciente, el director revela una mentalidad paternalista y conservadora. Admitamos que Jarmusch, más allá de utilizarlas, ama a sus criaturas, si se acepta compasión como sinónimo de amor, y que se burla de ellas como nos burlamos de un hijo, con cariño. Pero siempre lo hace desde una posición de superioridad intelectual. Y nunca escupe hacia (los de) arriba. Si Cernuda definió a Salinas y a Jorge Guillén como poetas burgueses, porque en su obra expresaban un concepto burgués de la vida, donde la imagen del poeta no trasciende al hombre, sino a la forma histórica y transitoria del hombre que es el burgués, Jarmusch, en esta película, sería un cineasta burgués. Su visión de las “capas populares” es la de un elitista acomodado, y el comportamiento de esas capas lo que un burgués espera y desea para mantener su status. La película destila un fino clasismo, un desprecio sutil hacia los de abajo, a los proles del universo orwelliano de “1984”. Por analogía, me vienen a la cabeza fenómenos como el de la gentrificación, o esa especie de despotismo ilustrado en versión 2.0 que, a veces, se cuela en algunos comentarios o actitudes de gente que presume de un ideario progresista. Habrá gente a quien todo esto le dará igual, y hasta se identificará con esa visión de Jarmusch, sea premeditada o inconsciente. A mí me produce incomodidad y malestar, como una etiqueta en una camisa que nos gusta vestir.
A pesar de ello, funciona como fresco social, igual que “Surcos”, de J.A. Nieves, siendo un trasunto del ideario falangista, funcionaba como retrato de posguerra. “Desde fuera”, retrata bien la monotonía e incluso frustraciones de los personajes. Si le hubiera añadido los conflictos inherentes a sus vidas, más las gotas de humor en un abanico ampliado de las escalas sociales podría haber resultado un Berlanga actualizado, o un Ken Loach lírico. Aunque seguro que ninguno de los dos se hallaba en su horizonte a la hora de plantear el film. Y, por supuesto, la verdadera poesía no se halla en los poemas que garabatea Paterson, sino en las imágenes – por algo es cine muy bien trabajado -, en guiños como los de los gemelos, en otras referencias culturales y en el debate sobre la creatividad y el origen de la belleza que propone. En resumen, con un poco menos de autismo y más sensibilidad hacia el material humano podría haber quedado una obra maestra. Así, una película que, pasado el tiempo y el deslumbramiento que ahora produce en quienes compartimos el, digamos, espíritu creativo de Paterson, envejecerá mal. Propongo volver a verla dentro de 10 o 20 años. Y ser sinceros, entonces, con la impresión que nos produzca.