viernes, 16 de diciembre de 2022

Un recuerdo personal de Sol Acín.

 

Me alegra saber que la Escuela Oficial de Idiomas, en Huesca, llevará el nombre de Sol Acín, y que se le ha rendido un cálido homenaje con la participación de su hijo y sus sobrinas. El dolor que se le infligió es irreparable, pero supone un bello gesto hacia quien fue oscense, profesora de francés y traductora. Tuve la fortuna de conocerla, y en 2014 escribí este texto, a raíz de un libro publicado por las PUZ.

 

Un recuerdo personal de Sol Acín:

 


A Sol Acín la conocí poco antes de que se jubilara. Trabajábamos en el mismo instituto, ella como profesora de Francés y yo – con veintipocos años - en la Secretaría. No recuerdo en qué momento supe quién era o, para ser más precisos, de quién era hija. Sí, que no me atreví a intentar un trato más cercano, ni mucho menos a nombrarle a sus padres, Ramón Acín – el Lorca oscense - y Conchita Monrás, asesinados por “los buenos vecinos de Huesca”, en palabras de Max Aub. Siempre he sido algo bocazas cuando debo callar y demasiado tímido en los momentos fundamentales.

La ocasión de profundizar en el trato llegó de rebote. Sin saberlo, ambos estábamos afiliados al mismo sindicato. En aquella época funcionaba una sección de docentes y, una tarde, me invitaron a una reunión informal en Los Espumosos. Seríamos 7 u 8, y allí me atreví a entablar una conversación con ella, amparados en el origen geográfico común: “Ser de Sangarrén es como ser de Huesca”, me dijo. Siempre la percibí como una mujer sensible y sutil, tal como hoy la definen en el Heraldo, pero no enigmática, el tercer adjetivo que le dedican. Sí discreta, incluso tímida, pero también afectuosa en cuanto entrabas en su mundo, aunque fuese muy levemente como sucedió en mi caso. Poco después se jubiló, sin que hubiera superado el pudor de preguntarle por su pasado, y perdimos el contacto. En algún momento de aquella época leí su único libro de poemas “En ese cielo oscuro”.



El último recuerdo que guardo de ella es indirecto y me dejó una tristeza imposible de reparar: una tarde de mayo me encontré, en el vestíbulo del hospital infantil, con Carmen Arduña, poeta y amiga común. Yo, exultante, iba a llamar por teléfono a la familia para anunciar el nacimiento de mi hijo, y ella iba a – o venía de - visitar a Sol, recién operada. Le dije que le diera recuerdos y que intentaría acercarme a verla antes de que abandonásemos el hospital, pero con el jaleo del nacimiento no lo hice. Unos meses después murió a causa de la enfermedad por la que fue intervenida.

Hoy han presentado en la Feria del Libro de Huesca “Hora temprana. Poemas y cartas”, que reúne correspondencia y versos inéditos de Sol, publicada por Prensas Universitarias de Zaragoza en su colección Larumbe, en edición de Ismael Grasa. Una buena ocasión para acercarse a ella.



 

martes, 6 de diciembre de 2022

José Saramago en Zaragoza.

 

Ahora que se cumple el centenario de José Saramago, recuerdo la única vez que lo vi en persona, hará un par de décadas. Visitaba Zaragoza y se había programado un encuentro con sus lectores en el antiguo salón de actos de la CAI. Acudí a la hora, conocedor por experiencia de que los literatos no llenan auditorios, y me di de bruces con una multitud agolpada ante la puerta. Deduje que de los madrugadores sería el reino del escritor y que, a mi pesar, no me contaría entre los elegidos. Aun así, permanecí en los aledaños hablando con los conocidos, cuando un rumor, unido a una ovación, nos alertó de su llegada, al unísono que el gentío se abría como los forofos en el Alpe d’Huez al paso de los ciclistas. Divisé la cabeza de Saramago, con una expresión entre sorpresa y agradecimiento por tanto fervor hacia alguien que, como él, no era cantante ni deportista (aún no existían youtubers ni influencers). Parecía la cabeza de Santa Orosia llevada en volandas por los devotos durante la romería del Sobrepuerto. La masa se cerró tras su espalda y Manolo Vilas, el presentador, pasó apuros para entrar. Al fin, la puerta se clausuró, dejándonos fuera a la mitad de la gente. Tal caos se había formado que una de las damnificadas fue Mª Ángeles Naval, profesora de Literatura en la Universidad y, por aquella época, pareja de Vilas. Me acerqué a saludarla, y mientras comentábamos lo sucedido vimos, con asombro, a una descolocada Pilar del Río bajo los porches. Que la esposa de Saramago también se hubiese quedado en la calle resultaba inaudito. En broma, le propuse a María Ángeles que ambas realizasen un encuentro alternativo, en femenino, al que sus maridos protagonizaban dentro. Pronto la gente reparó en la presencia de Pilar y rompiendo la timidez, o pensando que donde no hay pan, buenas son tortas, alguien se animó a hablarle. No sé qué le dijo, tal vez lo que se suelta en estas ocasiones, que Saramago escribe muy bien, detalles de alguna novela, en fin, cualquier fruslería para romper el hielo. El caso es que poco a poco un grupo comenzó a rodearla, interpelándola uno tras otro, o varios a la vez, y ella, tan delgada, sin perder la sonrisa, comenzó a retroceder pasito a pasito hasta acabar con la espalda contra pared, cercada por una nueva multitud que, vista desde afuera, no se sabía si iba a adorarla o a agredirla.

Hasta aquí llega mi memoria. Supongo que se abriría paso en busca de un refugio, sin dejar de sonreír como un rato antes su marido, o que alguien de la organización saldría a rescatarla. Fuese cual fuese el final, esas imágenes de ambos acuden a mi mente cuando se los menciona: un escritor feliz y aturdido entre una masa que desea oírlo y su mujer acorralada por quienes no pudieron escucharlo.




martes, 15 de noviembre de 2022

Un artículo imprescindible de Grzegorz Rossoliński-Liebe para entender Ucrania.



Este artículo me parece imprescindible para contextualizar lo sucedido en Ucrania durante las últimas décadas. Apareció en 2012 y su autor es Grzegorz Rossoliński-Liebe, historiador germano-polaco de la Universidad Libre de Berlín, experto en la historia del Holocausto y Europa Central y Oriental. Su tesis doctoral versó sobre Stepan Bandera y la OUN (Organización de Nacionalistas Ucranianos), publicando luego la biografía canónica: “Stepan Bandera: La vida y el más allá de un nacionalista ucraniano. Fascismo, genocidio y culto.”

En “Debatiendo, enturbiando y disciplinando el Holocausto... (subo la traducción española, en el propio texto está el enlace a la versión original en inglés) se recorre la historia del nacionalismo ucraniano desde su origen en 1920 hasta nuestros días; muestra su colaboración con los nazis - con cuya ideología se identifican - en las matanzas de judíos y polacos durante la Segunda Guerra Mundial; analiza la diáspora de sus miembros por Occidente, tras la derrota, y la utilización y promoción de estos durante la Guerra Fría, acogidos en prestigiosas universidades como la de Harvard. Convertidos – como Franco – en los nuevos aliados contra el comunismo, los antiguos pronazis reescribieron sus propios documentos, al modo orwelliano, y blanquearon su ideología (siempre subyacente), hasta presentarse como simples luchadores por la independencia de un país que, por otra parte, apenas había existido durante tres años tras la Primera Guerra Mundial. Para Rossoliński, esta revisión falaz de sus actos e ideas, unida a la identificación automática de lo antisoviético con lo demócrata en la cosmovisión occidental, impregna en mayor o menor medida el trabajo de los historiadores – y no sólo de ellos - hasta el día de hoy.

El estudio también aborda la implantación de ese discurso ultranacionalista revisionado en la Ucrania independiente tras 1991, lo que conllevó la glorificación de Stepan Bandera como héroe de la patria, llenando el territorio de monumentos a su memoria, fundamentalmente en el Oeste dada “la enorme hostilidad cultural y política entre las partes occidental y oriental del país”. A ello se unió la expansión, desde instancias oficiales, de un relato en el que se negaba la participación de los nacionalistas de la OUN y el UPA (Ejército Insurgente de Ucrania) en los pogromos donde asesinaron (y confiscaron sus propiedades) a millón y medio de judíos ucranianos; en la limpieza étnica de Volinia y el Este de Galitzia, donde perecieron unos 100.000 polacos; o en la eliminación de “ucranianos no leales” partidarios de la URSS. En palabras del autor: “la legitimación del nacionalismo en publicaciones históricas y la construcción de monumentos a políticos nacionalistas o criminales de guerra son dos partes de un proceso recíproco con consecuencias desastrosas para la población local” (pg.36).


Como ejemplos de ese revisionismo, en el Congreso de 1941 los nacionalistas adoptaron el saludo fascista (levantar el brazo derecho) mientras se gritaba “Slava Ukraïni!” (¡Gloria a Ucrania!) y se respondía “Heroiam Slava!” (¡Gloria a los héroes!). Junto a ello, el lema «una nación, un partido, un líder» (odyn narid – odyn provid – odna vlada); y la bandera roja y negra, que simbolizaba la sangre y la tierra (Blut und Boden). Oficialmente declaró que judíos, polacos, rusos, soviéticos y ucranianos no leales eran los enemigos de la nación ucraniana y aconsejó a sus miembros que les destruyeran si es posible. En 1955 se volvieron a publicar las resoluciones del Congreso, eliminando las partes más comprometedoras; quedaron como la versión canónica para el futuro.
Lo mismo sucedió con el texto de la proclamación del Estado ucraniano el 30 de junio de 1941. En ella figuraban frases de admiración por Hitler y expresiones de deseo de una estrecha colaboración con la «Gran Alemania nacionalsocialista que bajo el liderazgo de Adolf Hitler está creando un nuevo orden en Europa». La versión falsificada de este documento, eliminando esos párrafos, no sólo fue republicada durante muchos años poco antes del aniversario del 30 de junio en varios periódicos ucranianos de derecha radical en Toronto, Londres o Münich, sino que se celebró entonces como un acto valiente y antialemán de «renovación de la condición de un Estado ucraniano». Porque, como bien apunta el historiador, la revisión y reescritura de sus propios textos ya comenzó antes del fin de la guerra, cuando percibieron la próxima derrota alemana y buscaron el amparo de las potencias occidentales.


Tras la derrota nazi, los nacionalistas siguieron combatiendo contra los soviéticos hasta 1950. Fruto de ello fueron los 30.000 prosoviéticos asesinados (de ellos, 20.000 civiles), pero también las drásticas represalias contra los acusados de pertenecer a la OUN, que alcanzaron a casi medio millón de ucranianos, entre muertos, arrestados y deportados. Este terror, según Rossolinski, afectó a casi todas las familias en el oeste de Ucrania y tuvo un impacto significativo en las futuras relaciones ucraniano-soviéticas en esa parte del país, sin duda unido al recuerdo del Holodomor.


A comienzos de 2012, Rossoliński fue invitado por la embajada alemana en Kiev a impartir seis conferencias sobre Stepan Bandera en Leópolis (Lviv), Dnipro y Kiev. En la primera, los organizadores no consiguieron encontrar un lugar que quisiera albergarla. Tres de las cuatro de Dnipro y Kiev se suspendieron y la única que se pudo realizar en la capital fue en el edificio de la embajada y bajo protección policial, boicoteada por intelectuales locales – no sólo nacionalistas - y con cien manifestantes en la puerta – incluidos ultraderechistas- que lo acusaban de ser “nieto de Goebbels” y un “fascista liberal de Berlín” (sic). Ninguna editorial ucraniana quiso (o se atrevió) a traducir su biografía sobre Bandera hasta poco antes de la invasión (criticada por el historiador), en que lo hizo, al parecer, una pequeña.

Pogromo de Lviv (Leópolis) en Ucrania. 1941.


 


martes, 27 de septiembre de 2022

EL PAÑUELO DE ORWELL

    En 2013 escribí esto, a raíz de la subasta del pañuelo de Orwell. 9 años después -y sobre todo en estos últimos meses- constato que ha aumentado esa identificación entre "1984" y la realidad en la que vivo, en especial la deriva de los (supuestos) grandes medios de comunicación. Tal vez sea mi interpretación subjetiva, como bien avisaba el propio escritor, pero me preocupa mucho.

EL PAÑUELO DE ORWELL:
El 3 de octubre subastarán en Londres uno de los pocos fetiches que atesoraría con gusto: el pañuelo que George Orwell llevaba al cuello cuando una bala lo hirió en el frente de Huesca, durante la Guerra Civil. No sabía de su existencia, y menos todavía que alguien lo conservara, con el agujero y la sangre del escritor salpicándolo. Un fetiche en toda regla, vamos.
Por si alguien no lo sabe, Orwell participó en la guerra en las filas del POUM, primero en la sierra de Alcubierre y luego en el cerco de Huesca, durante la primera mitad de 1937. Entre medias, durante un permiso, participó en los sucesos de Barcelona. Narra sus peripecias en un libro magnífico, "Homenaje a Cataluña", que a pesar de su título se desarrolla, principalmente, en Aragón. En esas mismas páginas, escritas nada más huir de España para no ser arrestado por pertenecer al POUM, ya deja claro que la experiencia vivida aquí cambió su visión de la realidad y del socialismo. A partir de entonces surge el Orwell que, en la década siguiente, creó "Rebelión en la granja" y "1984". Se ha insistido mucho en su crítica al comunismo, y con razón si recordamos las delaciones a la policía inglesa en las postrimerías de su vida. Pero a menudo también se olvidan las propias palabras del inglés: "cuidado con mi parcialidad (...) y la deformación que inevitablemente produce el que yo sólo haya podido ver una parte de los hechos. Pero cuidado también con lo mismo al leer cualquier otro libro acerc constituyeron, según él, las milicias, sentencia: "En lugar de desilua de este periodo de la guerra española". Tampoco suele recordarse que, al retratar el "microcosmos de una sociedad sin clases" quesionarme, me atrajo profundamente y fortaleció mi deseo de ver establecido el socialismo".
En cualquier situación polarizada en dos bandos es difícil ser (o pretender serlo) una voz independiente: llueven los palos desde ambos lados. Orwell intentó serlo durante los trece años que sobrevivió a la herida, y si tuvo dificultades por sus opiniones sobre nuestra guerra, la escisión del mundo en dos bloques tras la Mundial no ayudó a leerlo con imparcialidad. A "1984" y su Gran Hermano se le considera la radiografía de la sociedad estalinista. Yo sólo he conocido por referencias una dictadura comunista, pero cuando lo leí me pareció una caricatura amarga de la sociedad capitalista en que vivía. Y esa impresión y sus manifestaciones, coincidentes con las del libro (el control de la gente mediante la tecnología, la división en estamentos, la manipulación de la realidad y de la historia) se acrecienta con el tiempo.
Por eso considero un fetiche a ese pañuelo, perforado por la bala que quiso enmudecer para siempre al escritor y sólo lo consiguió durante un tiempo, aunque sus secuelas lo aniquilaran unos años después, todavía demasiado joven para morir. Además, todo sucedió cerca de mi pueblo, junto al Flumen donde Orwell y yo nos bañamos con unas décadas y unos kilómetros de diferencia, un Orwell acribillado por los tatarabuelos de los mosquitos que desde mi nacimiento me han acribillado y que, a pesar de su promesa, nunca pudo tomar en Huesca el café que tantas veces, a su salud, he bebido en sus bares.
Por eso, dicho sea de paso, considero que 1400 € no es tanto dinero para que alguna institución oscense, el Museo por ejemplo, se animara a comprarlo para exhibirlo al público.









domingo, 28 de agosto de 2022

Once de agosto.

 

ONCE DE AGOSTO.

Paseas por el Coso el once de agosto y, en un escaparate, te detienes ante un puzzle de fotografías. Por peinados y vestimentas adivinas imágenes de Sanlorenzos ochenteros. Sobre ellas no se ha puesto el tiempo amarillo porque son nuevos revelados de fotos antiguas. A un precio asequible, el dueño de la tienda ofrece a los del baby boom un recorte de nostalgia. Entonces reparas en la de un grupo que baja en la cabalgata, entre risas y gestos burlones. Te suena el rostro de uno con pelo rizado que saca la lengua al cámara; un rostro en el que, dando un respingo, te reconoces. El cincuentón que lo mira diríase un calco del chaval: el pantalón y la camisa blanca, la pañoleta verde y la albahaca; sin embargo, ni por asomo te embutirías ahora en aquella ropa: los kilos han aumentado, de media, uno por cada dos Sanlorenzos transcurridos. Y no sólo el cuerpo ha mudado. ¿Eres el mismo que sonríe al otro lado del cristal? Si veinte años no son nada, ya ni te cuento treintaytantos, pero el tango se equivoca o quizás Gardel mintió a conciencia. Observas al resto. Esas décadas han modificado las fisonomías de aquellos con quienes mantienes el trato y han borrado de la memoria a varios. Serían amigos de amigos, amigas de amigas, forasteros conocidos de alguien que al segundo trago eran uno más y al año siguiente volvían por libre, con esa capacidad de confraternizar que se posee de joven y se amplifica en las fiestas. En un último intento de identificarlos, traspasas el vidrio y revives un paisaje lorquiano de multitud que no vomita, sino que es río desbordado de alborozo, que fecunda las calles de una ciudad constreñida durante cincuenta y una semanas, donde todos se conocen y todo se controla. Aquellos ochenta, explosión del jolgorio en un país que quiere sacudirse la caspa enraizada hasta el tuétano, la movida promovida para que el rebaño se coloque y se descoloque del compromiso social, en España el que no se hace rico es porque no quiere, ya semos europeos aunque censuren a Cuervo ingenuo en la tele. Pero es Sanlorenzo, priman las ganas de disfrutar, peregrinando de peña en peña con el carnet que has sacado, camino del chupinazo, en cualquier mesa de los Porches. De vuelta al presente, qué más da si no reconoces a todos los de la foto, piensas, importa el regusto dulce de lo vivido. Con una sonrisa, dejas a tu yo joven en el escaparate y continúas el paseo, como un príncipe de Salina sin pesadumbre, mientras una campana da las horas en alguna iglesia cercana.

(Publicado en el suplemento especial, por las fiestas de San Lorenzo, de El Diario de Huesca. Agosto de 2022).



lunes, 21 de marzo de 2022

Ucrania

Hace años, en un examen de Historia, me cayó el tema de las BRIC. BRIC es el acrónimo de Brasil, Rusia, India y China, las cuatro potencias emergentes que, según el guión aséptico del manual, dominarían la economía del mundo hacia la tercera década del siglo XXI. Desarrollé la respuesta académica y, al final, añadí una coletilla de cosecha propia, donde venía a decir que la teoría estaba muy bien, pero la práctica cuenta que ningún imperio se ha dejado arrebatar la preeminencia sin presentar batalla.

Me acordé de aquello cuando oí hablar de la guerra comercial con China; o cuando supe del conflicto del Donbass (recordemos que Ucrania lleva 8 años de guerra civil, con miles de muertos); o cuando mencionaron al nuevo gasoducto para el gas ruso; o, ahora, cuando Putin – no los rusos – ha ordenado la invasión de Ucrania.

La invasión es un hecho incuestionable y debe ser condenada. Y la palabra guerra implica el sufrimiento de quienes desean vivir en paz y ven impotentes como otros destruyen su vida. Los afectados merecen mi solidaridad y que el resto del mundo colabore para aliviar ese sufrimiento. Pero en cuanto a los actores políticos, me despierta reticencias este maniqueísmo al describirlos. Se sabe lo que encarna Putin a nivel político y económico, aunque algunos desnortados lo llamen comunista. Sin embargo, también hay detalles de la parte ucraniana, junto a actos de su Gobierno o agentes oficiales, que generan dudas sobre su realidad democrática. Por nombrar algunos: el ensalzamiento de un criminal colaborador de los nazis como Stépan Bandera, el asesinato del periodista italiano Andrea Rochelli por la Guardia Nacional (tan parecido al de nuestro José Couso), las docenas de ucranianos prorrusos quemados vivos en Odessa por sus compatriotas nacionalistas y neonazis – hasta donde sé, como en el caso Rochelli, sin castigo para los culpables - o la prohibición del Partido Comunista desde 2015 (una violación flagrante de la libertad de expresión y asociación, en la denuncia de Amnistía Internacional). El último, muy reciente, la ejecución sumaria de Dennis Kireev, uno de los negociadores con Rusia, tras su detención por la SBU (los Servicios Secretos), bajo la acusación de espía, o las denuncias de racismo hacia los extranjeros – sobre todo africanos - por parte de la policía en las frontera con Polonia. Seguro que se me escapa una buena parte de lo que sucede en un país que desconozco, pero la información acumulada, y los paralelismos con otras situaciones, me hacen mantener cierta distancia. Intuyo un conflicto interno antiguo y profundo en el que se nos quiere involucrar apoyando a un bando, cuando nuestro lugar debiera ser el de mediador que promueva el entendimiento; por la paz en sí misma y por la cuenta que nos trae. Y eso, repito, condenando la invasión y mostrando apoyo a los civiles que sufren este horror.

Por otro lado, en España, me preocupa la exaltación belicista en que nos está sumergiendo los Medios y las declaraciones de algunos políticos. Me da miedo de que sea la antesala a una caza de brujas, en la que el fanatismo termine arrasando a la razón. Los informativos, con escasas excepciones, se han teñido de un amarillismo que produce alergia, mezclando lenguaje épico, al estilo Trillo cuando la invasión de Perejil (“Al alba y con tiempo duro de Levante..”), con el morbo tipo Nieves Herrero cuando las niñas de Alcácer. Por supuesto, me duelen las imágenes de los niños en un refugio o de los edificios destruidos por los misiles. Pero su labor, se supone, debería ser profundizar en las causas para que los ciudadanos reflexionen. El estupor es aún más grande si se compara con la indiferencia ante las víctimas del Donbass. Me pregunto por qué para nuestros Medios, y por extensión para una parte de los españoles, existen ucranianos de primera y de segunda. Leo a periodistas imbuidos de ardor guerrero y/o melodramático, que hablan de héroes y tumbas pero a quienes no parece importarles que su colega Pablo González lleve detenido e incomunicado en Polonia desde hace dos semanas. O me asombro de que pasen de puntillas, sin apenas menciones, sobre la ejecución sumaria de Denis Kireev. Me pregunto si los confunde la efusión del momento o los mueve el cinismo de quien espera sacar tajada aprovechando la fuerza de la ola. A ratos, lo veo como un experimento de comunicación social, un globo sonda para comprobar hasta qué punto las masas son dóciles a la manipulación, y me asusta el resultado. Otras veces, en cambio, hablando con amigos y leyendo a alguna gente, veo el vaso medio lleno.

Y ya dejamos para otro día el debate sobre el papel de la Unión Europa, sobre el sentido (o el sinsentido) de que la OTAN siga existiendo, sobre los intereses económicos y políticos (perdón por la redundancia) de unos y otros, incluyendo los que, desde el otro lado del océano, azuzan para que se monte el jaleo, sobre las consecuencias para todos. O sobre la injusticia que se está cometiendo con las prohibiciones a artistas y deportistas rusos.

martes, 8 de febrero de 2022

El follón de Eurovisión.

    Que recuerde, desde crío sólo he visto Eurovisión el año de Chiquilicuatre, y únicamente su actuación y las votaciones. No me interesa ese tipo de música, salvo excepciones. Por otro lado, las galas de cualquier tipo me resultan soporíferas y el aroma del glamour me atrae tanto como el del sobaco de Nadal tras un partido de cinco horas. En ese festival, además, el glamour sobrepasó hace tiempo la fecha de caducidad, aunque resulta imposible no enterarse de qué tema representa a TVE en cada edición, gracias al machaque previo para promocionarlo y al posterior para despellejar al intérprete de turno por su sonado fracaso. Con el escándalo de este año me picó la curiosidad y he escuchado la triada de la polémica. La vencedora ha ido directamente al cubo de basura. En la Baldini vi el trasunto de un lugar común, creo, a cualquiera que esté en contacto con algún mundillo artístico: alguien que te cae bien, pero su obra te parece muy floja. La música es simplona y la letra, bien intencionada en el mensaje – aunque a ratos creía oír una parodia de Pantomima full -, me recordó en su candidez a la de aquellos chicos de “Viva la gente”, sin el olor a sacristía sospechosa de estos. He crecido con Brassens, Sabina o Violeta Parra, por nombrar a tres y, claro, en ese asunto las comparaciones son odiosas. La sorpresa agradable llegó con las chicas gallegas, las Tanxugueiras.



Su propuesta no es novedosa; lo novedoso es dónde y para qué la presentaron. Hoy sobra hablar de mezcla o fusión como en tiempos de Santana (el músico); toca asumir que la canción popular (o el folklore, o la música étnica, como se la quiera llamar) es un organismo vivo y en continua evolución porque esa es su esencia: ser la expresión y representar la idiosincrasia de las gentes que habitan un territorio en un momento dado de la historia. Y eso implica la continua asimilación de ritmos e instrumentos. Me aburren los puristas, lo mismo del flamenco o la jota que del rock (esos que desprecian a quienes usan algo más que batería y guitarras eléctricas). Por suerte, siempre han surgido figuras que les han dado en los morros. Los Camarón, Miguel Ángel Berna o, en el mundo del rock y el pop, una larga lista de grupos o cantantes que se han acercado a la música popular. En España tuvimos un ejemplo maravilloso con Triana, y en el mundo anglosajón, con menos prejuicios respecto a sus raíces, se me ocurren a bote pronto nombres como Waterboys, Jethro Tull, Mike Oldfield, la Creedence…



En sentido inverso, los grupos de música popular han ido incluyendo instrumentos eléctricos y ritmos actuales. Y en ambos casos, como en cualquier estilo, se han conseguido resultados que van desde magníficos a totalmente prescindibles. Hay una revisión y renovación de la música de raíz, cuyo fantasma recorre Europa desde Georgia hasta Finisterre. Nombres como el Trío Mandili, Otava yo, Hrdza, Les ramoneurs de menhirs o Rodrigo Cuevas la ponen al día, cada uno en su entorno y con sus propias características.



Las Tanxugueiras han cogido un ritmo de pandereteiras, le han añadido una instrumentación de este siglo y una estética gótica para crear un tema comercial y a la vez telúrico que, por lo visto (y me huelo que para estupefacción de algunos), gustó a la inmensa mayoría del público votante. Esto último, en sí, no otorga certificado de calidad, pero ya que hablamos de negocios (de eso se trata en la música festivalera, televisiva y, por añadidura de radiofórmulas), quizás los sesudos ejecutivos deberían tomar nota. Por cierto, Moldavia manda a Eurovisión un grupo que mezcla sin tapujos country, klezmer, pachanga y, a ratos, una coreografía que parece hija del Aserejé, con un estribillo muy directo: “Lets go!! Folklore and Rock and roll!!” Tengo curiosidad por saber en qué puesto queda, así que lo miraré al día siguiente. Porque, eso sí, el festival no me lo trago.



viernes, 28 de enero de 2022

Diógenes.

    Tener un poco de síndrome de Diógenes con lo que he sido, con los papeles y fotografías que dejan testimonio de cómo era y qué pensaba varias décadas atrás, conlleva el peligro de que, en días de fiesta como hoy, decida hacer limpia de lo que lleva años olvidado en rincones, encerrado en carpetas que no he abierto desde mucho antes de la última mudanza, hace casi media vida, y me dé de bruces con ese pardillo cuyo nombre he heredado en los documentos oficiales. La limpieza, entonces, queda a medias porque acabo embebido en esos textos, que lo mismo sonrojan por malos como sorprenden al descubrir temas desarrollados más tarde. Encuentro esbozos de relatos que no sé de dónde venían ni adónde pretendía que llegaran. También versiones primeras de poemas que vieron la luz, tras despojarlos de lo que consideré material sobrante y, con asombro, compruebo que el proceso de su creación, ese del que recuerdo incluso el día y el ambiente donde surgió el primer verso, no fue exactamente así. Esos versos desechados, esa ordenación alterada en el poema definitivo modifican la versión canónica elaborada por mi memoria. No puedo dejar de preguntarme, en ese instante, con cuántos recuerdos me ha sucedido lo mismo. Cuánto del discurso que he elaborado para justificarme en el mundo responde a la realidad, y cuánto es una ficción que he terminado creyendo. 

Guardo todo lo que he escrito desde la adolescencia. Y quizás sea un error.