martes, 4 de agosto de 2020

Agustín Alamán. Artículo de Esther Puisac en Rolde.

"¿Qué hace que alguien sea olvidado? ¿Qué méritos hay que tener para figurar, por ejemplo, en el tratado artístico de una época? ¿En qué listados hay que inscribirse para que un individuo que obtuvo logros importantes aparezca en libros o artículos que luego alguien pueda consultar?" Estas preguntas se formula la periodista Esther Puisac Nogarol en un estupendo artículo sobre el artista Agustín Alamán publicado en el último número de Rolde que, además de disfrutar con su lectura, me ha hecho preguntarme lo mismo y aún más: ¿por qué el destino (o la memoria, o lo que sea) a veces actúa como los dioses antiguos y cubre a quien elige con una espesa niebla que lo vuelve invisible, no para salvarlo de la muerte como a los héroes homéricos, sino para sustraerlo a la visión y el recuerdo de sus paisanos? Nunca oí hablar (o, al menos, lo he olvidado) de Agustín Alamán, nacido en 1921 en Tabernas, a cinco kilómetros de Sangarrén, y que sufrió tres exilios: el de su pueblo tras la guerra, el de Francia y el de Uruguay, en los años setenta. Este último lo devolvió a España y a Tabernas como un forastero desconocido, a ver su casa en ruinas y convertida en propiedad municipal. En esa visita tropezó en la calle con un par de mozos y les preguntó por un amigo de la infancia, que resultó ser el padre de ambos y abuelo de la periodista. Lo invitaron a comer a su casa de Huesca y tomaron una foto de recuerdo. 


La fotografía quedó en el álbum hasta que Esther la rescató, comenzó a tirar del hilo y a resucitar a un pintor y escultor con una importante trayectoria artística, cimentada sobre todo en Uruguay, que le llevó a exponer por todo el continente, desde Nueva York a Argentina pasando por la Bienal de Sao Paulo, a ganar varios premios - fue considerado por la crítica iberoamericana como el mejor pintor de 1967 - o a realizar las portadas de varias novelas, entre ellas la primera edición de "La tregua", de Mario Benedetti. 




Como botón de muestra del valor que se le concede en el país charrúa, el expresidente Julio Mª Sanguinetti posee buena parte de su obra. De vuelta a España, instalado en Madrid, realizó exposiciones conjuntas con artistas como Chillida, Oteiza, Martín Chirino o Pablo Serrano (con quien había trabado amistad en América) y trabajó por encargo para instituciones o empresas, diseñando, entre otras curiosidades, un osito para la promoción del Seat Panda. 


La muerte le sorprendió en 1996, en plena actividad, y a partir de allí el silencio. Como también se pregunta la autora: ¿Por qué no hemos conocido hasta ahora a Agustín Alamán? Por mi parte, le agradezco a Esther su esfuerzo y espero poder leer la ampliación del artículo anunciada en su final, que publicará el IEA.




martes, 21 de julio de 2020

ESMERO Y MEMORIA. MEDIO SIGLO JUNTO A MARSÉ



Parafraseando a Gracián, sólo los escritores que tienen detractores también tienen auténticos defensores. Este axioma se ha ido cumpliendo a lo largo de la historia, del mismo modo que se ha cumplido otro: tras la muerte del escritor suele sobrevenir un periodo de arrinconamiento, un purgatorio que ayuda a depurar su obra de escorias vitales hasta que el valor literario, si realmente lo posee, acaba imponiéndose. No sé si Juan Marsé tiene o ha tenido auténticos detractores. Algunos escépticos, como Miguel García Posada, que dudaban de él por considerar su estilo levemente anacrónico han mudado de opinión. Respecto al segundo axioma, el tiempo dirá qué sucede con su obra. De momento, sí ha quedado clara la unánime aquiescencia con que ha sido acogida la reciente concesión del premio Cervantes, que culmina una trayectoria de casi medio siglo. Esta trayectoria, tras los esbozos en forma de relatos publicados en la revista Ínsula, se inició en 1961 con, “Encerrados con un solo juguete”, novela planeada durante el servicio militar en Ceuta y terminada años después. Presentó el manuscrito al premio Biblioteca Breve de 1960; el premio quedó desierto pero, en su calidad de finalista, se decidió publicarla. Una anomalía más de las varias que acompañan al escritor desde la cuna.
La primera de dichas anomalías, el primer desacuerdo entre lo que es y lo que podría haber sido, sucedió en Barcelona, donde el 8 de enero de 1933 había nacido un niño llamado Juan Faneca Roca. La madre había fallecido en el parto y el padre, que se veía incapaz de criarlo, lo entregó en adopción a quienes le darían sus apellidos actuales. Así, Juan Faneca se transmutó en Juan Marsé. A los trece años ingresó como aprendiz en un taller de joyería, abandonando el Colegio del Divino Maestro donde, según sus propias palabras, no le enseñaron nada, salvo cantar el Cara al Sol y rezar el rosario todos los días. Al menos, las horas que pasó jugando en la calle, en lugar de asistiendo a clase, le permitieron descubrir el paisaje urbano que conformaría el escenario principal de sus novelas.
Otro axioma dice que todo escritor ha sido antes un lector. En el siglo XX, añadiría, ha sido además amante del cine. El joven aprendiz de joyero, criado en un ambiente del todo ajeno al mundillo literario, cumplió la norma y por las tardes se empapó de versos, novelas y películas, como antes se había empapado de tebeos y cuentos. La mayoría de esas obras estaban escritas en castellano, al igual que las películas dobladas, y es esa lengua “en la que uno ha mamado los mitos literarios y cinematográficos, la que ha dado alas a la imaginación” como dijo en el discurso de recepción del Cervantes, la que se impondrá de forma natural en el joven aprendiz de escritor que va germinando en sus primeros tanteos. Marsé es catalán y siempre ha vivido en Barcelona. La dualidad lingüística catalán/castellano es algo presente durante toda su vida y en cualquier tipo de relación social con su entorno. Él opina que lo enriquece, pero no ve como una anomalía que su literatura surja en castellano. Décadas después, ya desaparecida la dictadura, habrá quién se empeñe en verlo como tal, para perplejidad y disgusto del escritor ya consagrado.
La publicación de su primera novela en Seix Barral le pone en contacto con lo más relevante de lo que llamamos la Generación del 50. Entabla amistad con Carlos Barral y Víctor Seix, sus editores, y con los miembros de un selecto comité de lectura formado entre otros, por José Agustín Goytisolo, José Mª Valverde o Gil de Biedma. La irrupción de un escritor proletario entre estos “señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social” levanta expectativas que van más allá de lo literario. Con el autor de “Moralidades” establece una relación intensa y curiosa: Gil de Biedma le amplia el horizonte intelectual a Marsé quien, a su vez, le revela el mundo que los de su clase ignoran. Gil de Biedma le dedica un poema “Noche triste de Octubre, 1959” donde alcanza un tono telúrico que parece emergido del mismísimo Neruda de Residencia en la Tierra. Probablemente, versos como “llueve con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas / ennegreciendo muros, /goteando fábricas (…) Y el agua arrastra hacia la mar semillas / incipientes, mezcladas en el barro, /árboles, zapatos cojos, utensilios/ abandonados y revuelto todo “ pueden entenderse como un homenaje al amigo llegado del barro, tomando prestada la voz del poeta que mejor ha usado los materiales terrestres.
En 1961 deja la joyería y, con una pequeña beca del Congrès pour la Liberté de la Culture, gestionada por Barral y Castellet, marcha a París dispuesto a asentar su vocación literaria. La beca se agota pronto y malvive dando clases de español a la hija del pianista Robert Casadesus, Teresa, que le inspirará el título de una novela que ya planea. También enseña nuestro idioma al poeta Pierre Emmanuel, que lo habla casi a la perfección pero, de esa forma, puede ayudarle sin herir su orgullo. Pasa el peor verano de su vida, soportando el calor sofocante y las penurias con visitas a la Librería Española de Soriano, donde asisten a tertuliar compatriotas como Tuñón de Lara o Juan Goytisolo. Engaña al hambre gracias a las invitaciones a cenar de amigos, entre los que se cuenta el propio Goytisolo, hasta que, tras una entrevista con el biólogo y futuro premio Nobel Jacques Monod, entra a trabajar al Institut Pasteur como garçon de laboratoire; o sea, como chico de los recados. Los 640 francos mensuales le permiten subsistir y le dejan tiempo para leer y escribir. En 1962 aparece su segunda novela, “Esta cara de la luna”, y a la vuelta de París termina en la casa familiar que Gil de Biedma posee en Nava de la Asunción, provincia de Segovia, la obra iniciada en París y que, tras su aparición en 1966, se convertirá en uno de sus buques insignia: “Últimas tardes con Teresa”. De esta novela dijo Mario Vargas Llosa: “He tenido la impresión de asistir a los minuciosos e implacables preparativos de un suicidio (…) que siempre se frustra en el último instante por la intervención de esa oscura fuerza incontrolable y espontánea que anima la palabra y comunica la verdad y la vida a todo lo que toca, incluso a la mentira y a la muerte, y que constituye la más alta y misteriosa facultad humana: el poder de creación”.
Ese poder de creación se materializa en el nacimiento de uno de los personajes fundamentales en la obra de Marsé: El pijoaparte. Un charnego barriobajero y canalla, desarraigado aunque sin conciencia de clase, que se ocupará de demoler definitivamente la posibilidad de convertir a su creador en ese escritor obrero imaginado por sus descubridores, comprometido en un sentido épico en la denuncia de la situación de una clase social cuyas miserias y afanes describe, pero a la que nunca idealiza: Marsé nos presenta seres individualistas que siguen la doctrina del sálvese quien pueda, en lugar de aspirar al bien colectivo. Tal vez porque la psicología humana resulta demasiado compleja para enclaustrarla, aunque sea a través de un personaje ficticio, en un discurso ideológico puro.
Tras “Últimas tardes con Teresa”, que recibió, esta vez sí, el premio Biblioteca Breve, abandona definitivamente la joyería y se gana la vida redactando solapas para libros y publicidad, además de elaborar diálogos cinematográficos con su amigo Juan García Hortelano. En 1970 aparece “La oscura historia de la prima Montse”, donde también se describe la relación imposible entre una chica de alta cuna y un joven de baja extracción social. El amor de Marsé por el cine puede rastrearse en escenas como, por ejemplo, la de las colegialas que juegan un partido al inicio de la obra. La mezcla de exactitud descriptiva con sugerencias que rozan la perversión alcanza el nivel expresivo que sólo se consigue mediante la imagen. Por otro lado el humor, la sátira que llega a lo grotesco, está presente en la magnífica recreación de los métodos utilizados por ciertos grupos religiosos para captar acólitos. A cualquier lector medianamente avispado le viene a la cabeza algún nombre en el lugar de los Colores que, bajo un manto de falsa modernidad e infantil alegría, someten a una sutil, y a la vez brutal, coacción psicológica a un grupo heterogéneo de hombres, cuyo único punto en común es su escasa vocación religiosa.
El viaje prosiguió con una parada improvisada en México. Por culpa de la censura, que prohibió su publicación en España hasta 1976, ya muerto el dictador. “Si te dicen que caí”, apareció en el país de Juan Rulfo en 1973, donde recibió el Premio Internacional de Novela. La obra, según su autor, no es tanto un ajuste de cuentas con el franquismo como una secreta y nostálgica despedida de su infancia. Con el asesinato de la oscense Carmen Broto, prostituta de lujo en Barcelona, en 1949 como eje central -el adolescente Marsé contempló in situ las manchas de sangre en las ventanillas del coche donde se cometió el crimen- y a través de las aventis, narraciones orales improvisadas de una historia (“hablar de oídas: eso era contar aventis”), se recrea la vida cotidiana en el sempiterno barrio de Guinardó, el recurrente escenario de buena parte de la obra de Marsé. Para Rafael Conte “Si te dicen que caí” es uno de estos libros asombrosos que, repentinamente, nos enfrentan contra nuestra propia suciedad individual y colectiva. Ya no se podrá escribir la historia de nuestra posguerra sin hablar de este libro poético y cruel al mismo tiempo”.
A estas alturas, Marsé ya es un escritor considerado, con un puñado de lectores, un prestigio bien ganado y una filosofía literaria suficientemente demostrada. Pero, como diría el maestro de una vieja película mexicana, “prueba a hacerte un bistec con la filosofía”. Para dar el salto a lo que los anglosajones llaman best-seller y aquí traducimos por escritor de éxito (el traductor es un traidor, está claro, y confunde vocablos que no siempre son sinónimos, aunque sí en el caso que nos ocupa) el único medio, en la España de aquellos años, era la concesión del premio Planeta. Para conseguirlo en 1978, con “La muchacha de las bragas de oro” – un título que, por cierto, a mí siempre me ha sonado a chica de portada de Interviú en aquella época – Marsé sigue el ejemplo del Heinrich Böll de “Opiniones de un payaso”, donde el autor alemán desenmascaraba a los antiguos nazis reconvertidos, tras la derrota, en próceres de la Democracia Cristiana. Aquí se trata de antiguos franquistas transmutados en liberales; en concreto, al parecer, satiriza el “Descargo de conciencia” de Pedro Laín Entralgo. El protagonista, un viejo escritor falangista que, retirado en la playa de Calafell – “un vertedero de mierda, de coches y de adiposos zaragozanos jugando a la petanca”- dice escribir sus memorias cuando, en realidad, está reescribiendo su pasado para acomodarlo al presente, al modo del Ministerio de la Verdad en el “1984” de Orwell, ve desmontadas sus fantasías por su sobrina Mariana, que se instala en la casa junto a su compañero, un fotógrafo depresivo, con la excusa de elaborar un reportaje sobre él para una revista. Marsé satiriza a ciertos escritores franquistas, pero al leer varios pasajes donde Forest, el protagonista, rememora situaciones y personajes de su antigua vida mediante una acumulación de enumeraciones y “barrocas parrafadas interminables”, también me han venido a la memoria algunos poemas venecianos. Recordando que Marsé se sintió muy cercano a algunos poetas sociales, como Celaya - a quien evocó en el discurso del Cervantes - denostados por los bardos posteriores que homenajeaban a Venecia ante el mar de los teatros, sería interesante investigar –si es que nadie lo ha hecho – la posible presencia en la novela de una parodia de doble nivel, que cerrando el círculo se burlara, identificándolos en su tono rimbombante, de falangistas y venecianos.
A partir de aquí, el Marsé ya conocido por el gran público ha sacado a la luz varias novelas, entre las que destacaría “El amante bilingüe”, “El embrujo de Shanghai” y “Rabos de lagartija”.
En “Les flamingats”, un Jacques Brel ya consciente de su cercana muerte se despacha a gusto contra los nacionalistas flamencos (“Nazis durant les guerres et catholiques entre elles (…) je vous enmerde”) que, en su opinión, amenazan la integridad belga, en un iracundo crescendo que finaliza dejando claro quién piensa así: “je chante, persiste et signe: je m’apelle Jacques Brel”. Marsé, que en 1984 ha toreado a la muerte tras un infarto y una complicada intervención quirúrgica posterior, hace algo parecido en “El amante bilingüe”, de 1990, aunque utilizando el humor para retratar con sorna la problemática lingüistico-social catalana. El protagonista, Juan Marés, “una tarde lluviosa del mes de noviembre de 1975”, pilla en la cama a su mujer con un limpiabotas. La mujer, Norma Valentí, de alta extracción social pero extraña atracción sexual por murcianos y gentes que representen todo lo contrario de lo que ella es, cuyos padres la “habían educado en el amor a Cataluña y a la senyera”, abandona al marido engañado, quien, para reconquistarla, pasados unos años se transforma en Juan Faneca (recordemos, el auténtico apellido de Marsé), un charnego deslenguado y tramposo. Al párrafo final, “menda s’integra en la Gran Encisera hata onde le dejan y hago con mi jeta lo que buenamente puedo, ora con la barretina ora con la montera, o zea que a mí me guta el meztizaje zeñó, la barreja y el combinao, en fin, s’acabat l’explicació (…) vaya uzté con Diói passiu-ho bé, senyor…”, sólo le falta la rúbrica ““je chante, persiste et signe: je m’apelle Juan Marsé/ Faneca” .
En “El embrujo de Shanghai” se metaforiza la definitiva desaparición, unos años antes de su publicación en 1993, de esas utopías que, fuesen ciertas o no, como el relato de las aventuras por el extremo oriente del Kim, hicieron más soportable las miserias físicas y morales de una época. Con esta novela consiguió, en 1994, el Premio de la Crítica y el Aristeión, concedido por la Unión Europea a los dos mejores libros de creación y traducción de entre todos los publicados en sus países miembros.
Aunque en 1997 recibió el premio Juan Rulfo, tal vez el más prestigioso de Latinoamérica, no publicó nueva obra hasta el 2000. Sin salir del Guinardó, ni de sus temas recurrentes, en ”Rabos de Lagartija” expande la técnica de escritura, dándole voz, por ejemplo, a un perro y a un feto. Con ella ganó nuevamente el Premio de la Crítica y también el Nacional de Narrativa.
Tal vez en un homenaje a Pérez Galdós, al que Gustavo Martín Garzo lo asemeja por su visión pesimista del ser humano, su capacidad para situarse en el lugar de la derrota y el fracaso de los ideales y, sobre todo, por la facilidad con que sus personajes se desplazan del mundo real al mundo de los sueños, a Marsé se le ha ido poniendo con los años una nariz garbancera o, como escribió Maruja Torres, sigue con sus pintas de rudo muchacho quien era una mezcla irresistible de Gérard Blain en Le Beau Serge y de Lino Ventura (curiosamente, el varias veces compañero de reparto del Brel actor) en cualquiera de sus aventis de poli duro y noble. En todo caso, como él mismo afirmara hace un año, sigue fiel a las raíces de lo que entiende por literatura: un cóctel de imaginación, memoria (“un escritor no es nada si imaginación, pero tampoco sin memoria, sea ésta personal o colectiva”) y esmero en el cuidado del lenguaje, “tener una buena historia que contar, y (…) contarla bien”. Y en ello sigue.

(Publicado en el nº 2 de la revista Imán, Zaragoza, noviembre de 2009).

sábado, 25 de abril de 2020

"El Olimpo en cuarentena". Heraldo de Aragón. 20/04/2020.

En el enlace se puede leer mi relato "El Olimpo en cuarentena", publicado en el periódico "Heraldo de Aragón" de Zaragoza, el 20 de abril de 2020, dentro de la serie "Cuentos contra el virus".

"El olimpo en cuarentena" Miguel Carcasona. Heraldo de Aragón.


viernes, 6 de marzo de 2020

jueves, 13 de febrero de 2020

Mi paseo solitario en invierno.


Andar desde el centro de Zaragoza hasta un polígono industrial tiene algo de camino iniciático. Más en una tarde como la de ayer, típica del norte húmedo y no de este secarral, y en un día que, desde el comienzo, presagiaba su singularidad. A las 8 de la mañana, en lugar de la rutina de carretera y tranvía, dejé el coche en el taller del concesionario. Aún no sabía que, un par de horas antes, habían atracado en pleno corazón de la ciudad a una persona que conozco. En el Heraldo digital apareció la noticia, pero al mediodía la eclipsó otra más tremenda: en un edificio de la calle Matilde Sangüesa, un tipo había acuchillado, sin mediar palabra, a la chica que le abrió la puerta. La policía lo buscaba. Estamos en luna llena, pensé. En mi trabajo se notan los días de luna llena, afectan al comportamiento de una parte del público. Como el coche no estaría listo hasta media tarde, comí por la zona tras terminar la jornada, hice un par de gestiones y me animé a caminar hasta el concesionario. Según Google Maps, unos 4'5 kilómetros de trayecto. Una buena ocasión de hacer el ejercicio necesario para rebajar ese par de kilos rebeldes. El clima ayudaba, salvo una leve llovizna en algunos tramos. Del tráfico y las aceras invadidas fui pasando, gradualmente, a la ausencia de motores y las calles vacías, sobre todo tras cruzar el Puente de Piedra. En Zaragoza, antes, los puentes suponían una barrera mental para sus habitantes, y la margen izquierda del Ebro algo así como un ente extraño adosado a la ciudad. Aunque con el crecimiento urbano de esa margen – a ojo, un tercio de la población reside allí – esta idea casi nadie la expone en voz alta, todavía persiste en el subconsciente. En el Arrabal caminaba solo por una acera, junto a la valla de un colegio. Ningún coche circulaba por la calle. Al otro lado se alzaba un bloque de pisos nuevos. Una mujer surgió tras doblar una esquina y vino hacia mí. Antes de cruzarnos, a la altura de unos contenedores de reciclaje, bajó a la calzada y los sorteó andando por ella. Extrañado, me giré y comprobé que, cuando nos separaba una distancia prudencial, subía de nuevo a la acera, prosiguiendo su camino. Me había evitado, vamos. Me sentí como Fiz de Cotovelo, el alma en pena que vaga por El bosque animado, cuando se cruza con Fendetestas y este huye aterrado. “¡Qué gente, qué gente!”, exclama el bueno de Fiz. Al llegar a la esquina de donde surgió la mujer, leí en un letrero: Calle Matilde Sangüesa. Me hallaba en la calle donde, esa mañana, el misterioso – y libre - criminal había acuchillado a la chica. La psicosis se ha instaurado entre sus vecinos, y un desconocido con barba y chupa de cuero, caminando solo, era un buen reclamo para despertarla.
Si al cruzar el puente se remueve en el subconsciente la idea de que sales de la ciudad, al traspasar la avenida Marqués de la Cadena, y penetrar en el polígono de Cogullada, se toma plena conciencia de abandonarla. Pocas arquitecturas son tan desabridas como las de un polígono, pero nada hay más desolador que transitar por sus calles en época de crisis. La sensación de pax burguesa que se siente al recorrer zonas urbanizadas se transforma en inquietud. Le viene bien el título de Miguel Hernández: El hombre acecha. La acera, cuando la hay, es una lengua de cemento sin embaldosar con grietas, charcos y residuos. Naves donde se respira actividad se alternan con otras desvencijadas, como esas casas de la montaña a la que sus dueños, tras emigrar, nunca regresaron. Aunque si en estas prima la melancolía, en aquellas el deterioro posee un halo tenebroso. Aumentado a esas horas, cuando en muchas de las pequeñas aún activas han plegado la jornada laboral.
Encontrarse con viandantes es casi un milagro, y el tráfico tampoco abunda. Al pasar junto a la Saica, una gran empresa de celulosa, diviso una bicicleta de alquiler apoyada en el cartel de acceso, en medio de la nada. Pocas metáforas tan contundentes de la soledad y el desvalimiento se me ocurren.


Mientras me paro a fotografiarla, un tráiler sale de la factoría. En la puerta lleva escrito un nombre comercial y su ubicación: El Grado. Lo Grau, en aragonés, un pueblo del Prepirineo oscense que da nombre a un gran pantano en el río Cinca, por el que tantas veces he pasado camino al Sobrarbe. Buen viaje, le deseo para mis adentros.



Sigo andando y me topo con un hito donde pone Guardatodo, señalando a la Saica. Parece un chiste de Amanece, que no es poco. A los depósitos del Guardatodo, en realidad, se llega siguiendo la calle, pero los operarios del cartel no tenían, quizás, su mejor día, y en lugar de en paralelo lo colocaron en perpendicular a aquella.



Atravieso solares con montones de una argamasa que parece tierra mezclada con escombros. Luego, junto a una pared llena de graffitis, veo dos contenedores en los que, escrito con tinta roja, advierten que no son para la basura. La gente, obediente, deja los desperdicios en el suelo, a su alrededor.



Los contenedores se encuentran sobre unos raíles abandonados. Levanto la vista y deduzco que llegan a la antigua Estación del Norte, la primera construida en Zaragoza. Por estas vías pasó mi abuelo cuando vino a trabajar a la capital, hace un siglo, pero sobre todo pienso en Trotsky, que también las recorrió unos años antes. El revolucionario ruso pasó dos meses en nuestro país, en 1916. Con los apuntes que tomó escribió un amenísimo libro, “En España”, traducido por Andreu Nin. El 20 de diciembre, el tren que lo transportaba de Madrid a Barcelona hizo una pequeña escala aquí. Estas son las líneas que le dedica:
Nuevos polizontes en Zaragoza. ¡La ciudad de dos célebres sitios, durante la guerra contra Naopoléon! El general revolucionario Palafox. Con las ciudades célebres suele pasar lo que con los hombres notables: se sufre un desencanto cuando se les ve de cerca. Muy mal café en la estación. Cuando se sale a la puerta de la estación, al romper el alba, suciedad, carros cargados de sacos, ruido, humo en los tejados, voces carraspeantes y nubarrones arrebolados en el cielo detrás de las espadañas de las torres de las iglesias. Esto es Zaragoza, es decir, ésta la impresión que se recibe en un vistazo superficial. “La heroica Zaragoza – leemos en un libro viejo – nos ha demostrado que las masas de granito que constituyen nuestras ciudades son el mejor de los fuertes y que pueden ser defendidas más mortíferamente aún.” Esto deben tenerlo en cuenta los revolucionarios. “Zaragoza ha escrito una página sublime e inmortal en la Historia...Si la retirada de Moscou (sic) fue grande a la manera escrita, la defensa de Zaragoza la sobrepasa en heroísmo, en la misma medida que la batalla sobrepasa en nobleza a la huida y al incendio, bien que estos últimos medios hayan obtenido, algunas veces, fines más importantes” Que el incendio de Moscou fue un heroísmo a lo escita es exacto; pero los juicios sobre la superioridad moral de unos medios con relación a otros, en lo que a la guerra se refiere, suenan a puro quijotismo para las generaciones aleccionadas en la presente carnicería.
Estepa árida. Desierto. Lomas. Arcilla roja, arena, piedra, guijarro. Pueblos: piedra y arcilla sobre arcilla y piedra, y el mismo color ocre.”



Camino un rato sobre los raíles, fotografiándolos y pensando en el ruso hasta que vuelvo a la realidad y acelero el paso en dirección al concesionario. Es tarde y debo recoger el coche antes de que lo cierren.

Hoy, mientras escribo esto, me entero de que nadie acuchilló a la chica de Matilde Sangüesa. Se había autolesionado. Definitivamente, estamos en luna llena.

jueves, 30 de enero de 2020

Entrevista a Miguel Carcasona sobre la novela "Hannibaal" en Radio Zaragoza

Miguel Mena entrevista a Miguel Carcasona sobre su novela "Hannibaal", en el programa "A vivir Aragón", de Radio Zaragoza - Cadena SER, emitido el 29/12/2019.



jueves, 16 de enero de 2020

Reseña de Jorge Sanz Barajas sobre "Hannibaal", publicada el 16 de enero de 2020 en el "Artes y Letras", suplemento cultural del Heraldo de Aragón.