El
periodista Pablo González, que ha trabajado para la Sexta o Público, entre
otros Medios, cumple un año de prisión en Polonia, en unas condiciones más
cercanas a las del feudalismo medieval que a las de un país democrático del
siglo XXI.
Pablo
González es hijo de ruso y española (nieto de unos de los niños de la guerra).
Vivió sus primeros ocho años en Moscú bajo el nombre de Pavel Rubtsov González
(el apellido de su padre). Cuando sus progenitores se separaron, se estableció
con su madre en España, adoptando sus apellidos. Su padre y parte de familia
siguen residiendo en Moscú. Para visitarlos y ahorrarse los engorrosos trámites
que se exigen a los extranjeros, mantiene dos pasaportes: el español, como
Pablo González, y el ruso, como Pavel Rubtsov. Es práctica habitual de muchos
rusos residentes en nuestro país. Con Rusia no existe el tratado de doble
nacionalidad; aquí sólo pueden usar el pasaporte español y allí les permiten
mantener ambos. Así funcionó siempre Pablo, sin ningún problema. Estos
surgieron tras la invasión de Ucrania. Se hallaba en Polonia cubriendo las
oleadas de refugiados de los primeros días cuando fue detenido, acusado de
espiar para los servicios de inteligencia de Putin. Un año después continúa en
prisión preventiva (en régimen de aislamiento), sin que se haya presentado
ninguna prueba contra él, más allá de la existencia de los dos pasaportes. Las
únicas visitas que ha podido recibir han sido varias del cónsul, de sus
abogados polacos (no españoles) y una de su mujer (española, como sus hijos, a
quien no ha visto desde entonces). Por las informaciones que llegan, su estado
físico ha degenerado considerablemente.
Artículo en Infolibre. 26-febrero-2023
Polonia,
en los últimos años, había tenido muy serios encontronazos con la Unión Europea
por la violación del Estado de Derecho. Araceli Mangas, catedrática de Derecho
Internacional de la Universidad Complutense definía la deriva polaca con
rotundidad en un reciente artículo: “las actuaciones del Gobierno, Parlamento y
Tribunal Constitucional polacos plantean, más allá de la gravedad de no aceptar
la primacía del Derecho de la UE, la reversión del sistema democrático que no
se limita a elecciones periódicas; se ha ordenado el ataque a valores
elementales en una democracia”. La situación llegó hasta el punto de que se
bloquearon los fondos europeos para aquel país. Todo cambió con la invasión de
Ucrania (incluido el libramiento de 36.000 millones de euros retenidos, a pesar
de seguir sin cumplir las condiciones exigidas). Si a esto le añadimos la
paranoia rusófoba de los últimos meses, y la indiferencia (cuando no ominoso
silencio) de Medios de comunicación y Gobierno español, entenderemos por qué se
ha llegado a esta situación: un ciudadano de la UE encarcelado en un país de la
Unión contraviniendo los más elementales derechos jurídicos que le deberían
asistir.
Artículo completo de Araceli Mangas
No
sé si Pablo González espiaba o no para Rusia, pero los argumentos esgrimidos en
su contra me recuerdan demasiado a las novelas de John Le Carré ambientadas en
la Guerra Fría. En pleno siglo XXI, acusan a un tipo con una cámara en la calle
(sin acceso a centros de poder y fuera de los países en conflicto) de ser un
peligro real para la seguridad de una nación. La mejor palabra para definirlo
es tragicómico. La parte de comedia la aportan los organismos estatales. La de
tragedia, la víctima de lo que parece la venganza personalizada en alguien cuyo
“delito” es llevar sangre rusa. Me preocupa esta normalización del pensamiento
y modos de actuar de la extrema derecha, bajo un disfraz democrático, en países
de la Unión Europea.