lunes, 29 de abril de 2024

Ibn Gabirol y los que enfangan la vida.

 

            En su Málaga natal se recuerda mucho más a Ibn Gabirol que en Zaragoza, aunque fue aquí donde vino de niño y pasó los años decisivos y más fecundos de su vida. Hasta que, cuentan, por la inquina de otros se vio obligado a abandonarla. Entonces compuso un poema de queja “escrito al salir de Zaragoza”, en que se despachó a gusto contra quienes habían enfangado su existencia en la ciudad hasta volverla insoportable (“uno te da a beber veneno de serpientes / otro te abre la cabeza y te atormenta”). Gente sin conciencia ni vergüenza por sus actos o calumnias (“no se ruborizan sus rostros / a menos que los tiñan de púrpura”) que le hicieron sentirse “cual los avestruces / entre locos y perversos”.

            Me acuerdo mucho de Ibn Gabirol y de este poema cuando veo, leo u oigo las campañas de acoso y derribo contra algunos políticos, casualmente todos tirando a zurdos en sus ideas, como cantaba Aute. Cualquiera que ejerza un cargo está sometido a la crítica de su labor y al examen de sus actos, faltaría más; incluso a la sátira sobre sus formas dentro de esa esfera pública. Ojalá todos los culpables de delitos de corrupción los expiaran de acuerdo a la gravedad de cada uno. Pero otra cosa es la cacería constante, de palabra o hecho, contra la persona y, cuando esto no resulta suficiente para desbancarlo, contra la intimidad de su entorno familiar. Algo falla cuando se normaliza el asedio durante meses a la casa de los Iglesias-Montero (y de sus hijos pequeños), igual que ahora se normaliza llamar perro a Pedro Sánchez. En cambio, los mismos que jalean lo anterior no se escandalizan – antes bien, la ensalzan o, si acaso, minimizan - cuando Ayuso abre la boca. Sólo aquella frase, en tono despectivo, de “total, iban a morirse igual”, referido a los ancianos que prohibió llevar de la residencia al hospital, merecía, como poco, la dimisión. Y no me vale la excusa de que la polarización está en las dos partes porque las fuerzas son desiguales, siempre han sido desiguales. Ya escribió el Arcipreste de Hita sobre el poder del dinero, que de verdad hace mentiras, y de mentiras, verdades. Los tuits, comentarios y noticias falsas de un lado son fuegos de artificio frente a la avalancha sostenida por la prensa que se sienta a la diestra del Señor, con las redes sociales como sostén, encendiendo en sus fanáticos una paja mental demasiado seca que, cualquier día, prenderá en algún descerebrado. He leído mensajes privados y alegatos públicos que, más allá de ideologías, demostraban una distorsión de la realidad y una virulencia que asustaban. Por no hablar del odio y la concepción de que, para algunos, el país es suyo, y los demás, a callar. La Justicia ya es tema aparte. El mejor resumen que he leído es que creo en la Justicia, pero no en (todos) los jueces.

            Han transcurrido mil años desde la corta vida de Ibn Gabirol (o Avicebrón, como también lo llamaron). No sé qué escribiría ahora, pero lo imagino repitiendo estos versos, dirigidos a los actuales acosadores: “mi alma rechaza sus honras, / ya que su honor es mi ignominia”. Gabirol murió en el exilio y la pobreza mientras sus enemigos seguían campando por la taifa donde brilló. Espero que, a pesar del ruido y el ímpetu, los de ahora no triunfen. Más allá de filias o fobias personales o ideológicas, por higiene mental y social, merece la pena hacerles frente.