En su Málaga natal se
recuerda mucho más a Ibn Gabirol que en Zaragoza, aunque fue aquí donde vino de
niño y pasó los años decisivos y más fecundos de su vida. Hasta que, cuentan,
por la inquina de otros se vio obligado a abandonarla. Entonces compuso un poema
de queja “escrito al salir de Zaragoza”, en que se despachó a gusto contra
quienes habían enfangado su existencia en la ciudad hasta volverla insoportable
(“uno te da a beber veneno de serpientes / otro te abre la cabeza y te
atormenta”). Gente sin conciencia ni vergüenza por sus actos o calumnias (“no
se ruborizan sus rostros / a menos que los tiñan de púrpura”) que le hicieron
sentirse “cual los avestruces / entre locos y perversos”.
Me acuerdo mucho de Ibn
Gabirol y de este poema cuando veo, leo u oigo las campañas de acoso y derribo
contra algunos políticos, casualmente todos tirando a zurdos en sus ideas, como
cantaba Aute. Cualquiera que ejerza un cargo está sometido a la crítica de su
labor y al examen de sus actos, faltaría más; incluso a la sátira sobre sus
formas dentro de esa esfera pública. Ojalá todos los culpables de delitos de
corrupción los expiaran de acuerdo a la gravedad de cada uno. Pero otra cosa es
la cacería constante, de palabra o hecho, contra la persona y, cuando esto no
resulta suficiente para desbancarlo, contra la intimidad de su entorno
familiar. Algo falla cuando se normaliza el asedio durante meses a la casa de
los Iglesias-Montero (y de sus hijos pequeños), igual que ahora se normaliza
llamar perro a Pedro Sánchez. En cambio, los mismos que jalean lo anterior no
se escandalizan – antes bien, la ensalzan o, si acaso, minimizan - cuando Ayuso
abre la boca. Sólo aquella frase, en tono despectivo, de “total, iban a morirse
igual”, referido a los ancianos que prohibió llevar de la residencia al
hospital, merecía, como poco, la dimisión. Y no me vale la excusa de que la
polarización está en las dos partes porque las fuerzas son desiguales, siempre
han sido desiguales. Ya escribió el Arcipreste de Hita sobre el poder del
dinero, que de verdad hace mentiras, y de mentiras, verdades. Los tuits,
comentarios y noticias falsas de un lado son fuegos de artificio frente a la
avalancha sostenida por la prensa que se sienta a la diestra del Señor, con las
redes sociales como sostén, encendiendo en sus fanáticos una paja mental
demasiado seca que, cualquier día, prenderá en algún descerebrado. He leído
mensajes privados y alegatos públicos que, más allá de ideologías, demostraban
una distorsión de la realidad y una virulencia que asustaban. Por no hablar del
odio y la concepción de que, para algunos, el país es suyo, y los demás, a
callar. La Justicia ya es tema aparte. El mejor resumen que he leído es que
creo en la Justicia, pero no en (todos) los jueces.
Han transcurrido mil años
desde la corta vida de Ibn Gabirol (o Avicebrón, como también lo llamaron). No
sé qué escribiría ahora, pero lo imagino repitiendo estos versos, dirigidos a
los actuales acosadores: “mi alma rechaza sus honras, / ya que su honor es mi
ignominia”. Gabirol murió en el exilio y la pobreza mientras sus enemigos
seguían campando por la taifa donde brilló. Espero que, a pesar del ruido y el
ímpetu, los de ahora no triunfen. Más allá de filias o fobias personales o
ideológicas, por higiene mental y social, merece la pena hacerles frente.