viernes, 28 de enero de 2022

Diógenes.

    Tener un poco de síndrome de Diógenes con lo que he sido, con los papeles y fotografías que dejan testimonio de cómo era y qué pensaba varias décadas atrás, conlleva el peligro de que, en días de fiesta como hoy, decida hacer limpia de lo que lleva años olvidado en rincones, encerrado en carpetas que no he abierto desde mucho antes de la última mudanza, hace casi media vida, y me dé de bruces con ese pardillo cuyo nombre he heredado en los documentos oficiales. La limpieza, entonces, queda a medias porque acabo embebido en esos textos, que lo mismo sonrojan por malos como sorprenden al descubrir temas desarrollados más tarde. Encuentro esbozos de relatos que no sé de dónde venían ni adónde pretendía que llegaran. También versiones primeras de poemas que vieron la luz, tras despojarlos de lo que consideré material sobrante y, con asombro, compruebo que el proceso de su creación, ese del que recuerdo incluso el día y el ambiente donde surgió el primer verso, no fue exactamente así. Esos versos desechados, esa ordenación alterada en el poema definitivo modifican la versión canónica elaborada por mi memoria. No puedo dejar de preguntarme, en ese instante, con cuántos recuerdos me ha sucedido lo mismo. Cuánto del discurso que he elaborado para justificarme en el mundo responde a la realidad, y cuánto es una ficción que he terminado creyendo. 

Guardo todo lo que he escrito desde la adolescencia. Y quizás sea un error.