lunes, 21 de marzo de 2022

Ucrania

Hace años, en un examen de Historia, me cayó el tema de las BRIC. BRIC es el acrónimo de Brasil, Rusia, India y China, las cuatro potencias emergentes que, según el guión aséptico del manual, dominarían la economía del mundo hacia la tercera década del siglo XXI. Desarrollé la respuesta académica y, al final, añadí una coletilla de cosecha propia, donde venía a decir que la teoría estaba muy bien, pero la práctica cuenta que ningún imperio se ha dejado arrebatar la preeminencia sin presentar batalla.

Me acordé de aquello cuando oí hablar de la guerra comercial con China; o cuando supe del conflicto del Donbass (recordemos que Ucrania lleva 8 años de guerra civil, con miles de muertos); o cuando mencionaron al nuevo gasoducto para el gas ruso; o, ahora, cuando Putin – no los rusos – ha ordenado la invasión de Ucrania.

La invasión es un hecho incuestionable y debe ser condenada. Y la palabra guerra implica el sufrimiento de quienes desean vivir en paz y ven impotentes como otros destruyen su vida. Los afectados merecen mi solidaridad y que el resto del mundo colabore para aliviar ese sufrimiento. Pero en cuanto a los actores políticos, me despierta reticencias este maniqueísmo al describirlos. Se sabe lo que encarna Putin a nivel político y económico, aunque algunos desnortados lo llamen comunista. Sin embargo, también hay detalles de la parte ucraniana, junto a actos de su Gobierno o agentes oficiales, que generan dudas sobre su realidad democrática. Por nombrar algunos: el ensalzamiento de un criminal colaborador de los nazis como Stépan Bandera, el asesinato del periodista italiano Andrea Rochelli por la Guardia Nacional (tan parecido al de nuestro José Couso), las docenas de ucranianos prorrusos quemados vivos en Odessa por sus compatriotas nacionalistas y neonazis – hasta donde sé, como en el caso Rochelli, sin castigo para los culpables - o la prohibición del Partido Comunista desde 2015 (una violación flagrante de la libertad de expresión y asociación, en la denuncia de Amnistía Internacional). El último, muy reciente, la ejecución sumaria de Dennis Kireev, uno de los negociadores con Rusia, tras su detención por la SBU (los Servicios Secretos), bajo la acusación de espía, o las denuncias de racismo hacia los extranjeros – sobre todo africanos - por parte de la policía en las frontera con Polonia. Seguro que se me escapa una buena parte de lo que sucede en un país que desconozco, pero la información acumulada, y los paralelismos con otras situaciones, me hacen mantener cierta distancia. Intuyo un conflicto interno antiguo y profundo en el que se nos quiere involucrar apoyando a un bando, cuando nuestro lugar debiera ser el de mediador que promueva el entendimiento; por la paz en sí misma y por la cuenta que nos trae. Y eso, repito, condenando la invasión y mostrando apoyo a los civiles que sufren este horror.

Por otro lado, en España, me preocupa la exaltación belicista en que nos está sumergiendo los Medios y las declaraciones de algunos políticos. Me da miedo de que sea la antesala a una caza de brujas, en la que el fanatismo termine arrasando a la razón. Los informativos, con escasas excepciones, se han teñido de un amarillismo que produce alergia, mezclando lenguaje épico, al estilo Trillo cuando la invasión de Perejil (“Al alba y con tiempo duro de Levante..”), con el morbo tipo Nieves Herrero cuando las niñas de Alcácer. Por supuesto, me duelen las imágenes de los niños en un refugio o de los edificios destruidos por los misiles. Pero su labor, se supone, debería ser profundizar en las causas para que los ciudadanos reflexionen. El estupor es aún más grande si se compara con la indiferencia ante las víctimas del Donbass. Me pregunto por qué para nuestros Medios, y por extensión para una parte de los españoles, existen ucranianos de primera y de segunda. Leo a periodistas imbuidos de ardor guerrero y/o melodramático, que hablan de héroes y tumbas pero a quienes no parece importarles que su colega Pablo González lleve detenido e incomunicado en Polonia desde hace dos semanas. O me asombro de que pasen de puntillas, sin apenas menciones, sobre la ejecución sumaria de Denis Kireev. Me pregunto si los confunde la efusión del momento o los mueve el cinismo de quien espera sacar tajada aprovechando la fuerza de la ola. A ratos, lo veo como un experimento de comunicación social, un globo sonda para comprobar hasta qué punto las masas son dóciles a la manipulación, y me asusta el resultado. Otras veces, en cambio, hablando con amigos y leyendo a alguna gente, veo el vaso medio lleno.

Y ya dejamos para otro día el debate sobre el papel de la Unión Europa, sobre el sentido (o el sinsentido) de que la OTAN siga existiendo, sobre los intereses económicos y políticos (perdón por la redundancia) de unos y otros, incluyendo los que, desde el otro lado del océano, azuzan para que se monte el jaleo, sobre las consecuencias para todos. O sobre la injusticia que se está cometiendo con las prohibiciones a artistas y deportistas rusos.