miércoles, 25 de enero de 2023

"La vida de los demás" (There is no evil), de Mohamad Rasoulof.

El director de cine Mohamad Rasoulof, como el también iraní Asghar Fharadi, posee la virtud que suele atribuirse a la poesía del silencio: contar tanto, o más, con lo elidido que con lo explícito. En las cuatro historias que integran “La vida de los demás” (“There is no evil”), el tema central no es la pena de muerte, en sí, sino las consecuencias que genera en los verdugos el acto de matar a una persona. Unos verdugos que lo son por oficio u obligación, nunca por vocación, y un acto, el de ejecutar, que a todos les damnifica en su cotidianidad y sus relaciones. El mensaje es claro: no existe la obediencia debida y somos responsables de nuestras acciones. La valentía del rebelde se paga, pero la cobardía o el interés del cumplidor también se cobran su precio, porque el remordimiento corroe a quien tiene un mínimo de conciencia.


Los paralelismos de las escenas donde se mezclan paisaje y música describen con sutileza los estados de ánimo de los protagonistas y, por extensión, de las diversas generaciones de iraníes: en el final de la segunda historia, la pareja de jóvenes felices se detienen en el mirador desde el que se contempla una vista deslumbrante de la Teherán crepuscular, donde las luces se encienden, mientras suena una versión de Bella Ciao (“Adiós, bella”), no con la letra partisana, sino con la cantada por las trabajadoras de los arrozales que lamentan la juventud desperdiciada. En el final de la cuarta, al paisaje casi lunar de las montañas secas le acompaña otra versión de Bella Ciao, de ritmo lento y sólo musical, que le da un tinte melancólico al relato del médico en las postrimerías de la vida. 



Y por encima de la trama, la plasmación de una sociedad efervescente bajo la losa de la teocracia. Algunos planos rebosan simbolismo, a la vez que sortean la estupidez del censor. Las mujeres aparecen en pantalla con el hijab, incluso en las escenas domésticas donde no es obligatorio su uso. En una, el marido le tiñe el pelo a su esposa, ambos de espaldas a la cámara. No vemos su rostro, pero sí su hermosa melena desparramada, sin la constricción del pañuelo, y en esa melena se concentra la vitalidad de una sociedad que aspira a mostrarse tal cual es, sin ataduras, hermosa como esas actrices y actores, en su mayoría desconocidos para mí, cuya belleza mineral, la extraña mezcla de suavidad y dureza en rasgos y gestos, me atrapa en cada película que descubro de aquella potente cinematografía. Leila Hatami, Shahab Hosseini, Mahtab Servati, Mohammad Valizadegan o Taraneh Alidoosti son nombres que, salvo la primera, me cuesta retener.



La vida de los demás”, ganadora del Oso de oro en Berlín, sigue prohibida en Irán. Mohamad Rasoulof ha pasado medio año en la cárcel (ha sido liberado hace unos días, por su estado de salud), tras firmar una carta pública en la que se pedía a las fuerzas de seguridad que depusieran las armas ante las protestas que, por una causa u otra, agitan el país. Otros cineastas han sufrido igual suerte, entre ellos Taraneh Alidoosti, la protagonista de El Viajante. Algunos continúan en prisión. Todos merecen nuestro apoyo y solidaridad.