Rescatado del facebook (publicado tal día como hoy de 2021):
A bote pronto, se me ocurren algunas cosas sobre lo de Afganistán:
1) Cría cuervos y te sacarán los ojos. Hace cuatro décadas, Estados Unidos decidió entrenar y armar hasta los dientes a un grupo de exaltados barbudos musulmanes, comandados entre otros por un tal Osama Bin Laden, para que combatiesen al enemigo soviético en Afganistán. Porque una cosa ha dejado clara el primo de zumosol de Occidente desde que asumió galones de imperio: antes que un gobierno comunista prefiere a quienes viven mentalmente anclados en la Edad Media (aunque, ay, pobres Ibn Quzman u Omar Jayam si hubieran nacido entre ellos). Considera aliados prioritarios a las monarquías del Golfo, y ha hecho la vista gorda durante décadas ante la proliferación de madrasas financiadas, según los expertos, por alguna de esas monarquías, donde se divulga una visión retrógada del Islam. Lo de la Democracia (real) y la salvaguarda de los Derechos Humanos, en cualquiera de sus acepciones, le interesa tanto como a mí un partido de fútbol en Papúa-Nueva Guinea, si es que allí se juega al fútbol. Europa, en estos temas, sigue realizando el mismo papel que, más o menos, ejecuta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: el de lacayo corriendo detrás de su señor, atento a sus órdenes.
2) Un nacionalismo necesita un enemigo exterior (real o fingido) para cohesionar a su gente. Al nacionalismo, cuando se trata de un país oficialmente constituido, lo llaman patriotismo. Para distraer a los suyos de los problemas estructurales que sufren, los gobiernos de EEUU agitaban al enemigo comunista como Franco al peñón de Gibraltar (aunque, que yo sepa, sin canciones tan sonrojantes como la de José Luis y su guitarra). Cuando aquel desapareció, se buscó un sucedáneo en Oriente Próximo y, tras el 11-S, lo encarnó en el enemigo musulmán extremista. Extremista, en su argot actual, sustituye a comunista y define, como durante la segunda mitad del pasado siglo, a todo aquel que no se pliega a su voluntad o sus negocios, lo sea o no, y sin que importe la brutalidad de quien considera aliado o del sátrapa que impone. Siguiendo esa dinámica de salvador, tan repetida en los imperios a lo largo de la historia, invade otros países. Y a veces, como le sucedió en Vietnam o ahora, sale trasquilado.
3) Para que un grupo como los talibanes derrote a la mayor potencia militar del mundo, me temo, necesita un apoyo entre la población más amplio del que se quiere vender. Los nativos de un país no suelen ver con buenos ojos que un ejército extranjero los invada, más si ese presunto liberador, con cierta frecuencia, no distingue entre buenos y malos y termina haciendo barbaridades parecidas a las del opresor, al estilo de aquel conquistador de Béziers que, ante la duda de quien era cátaro y quien no, ordenó matar a todos y ya Dios cribaría el grano de la paja. En España tuvimos un ejemplo muy claro; aún lo llamamos Guerra de la Independencia - el nombre ya lo dice todo - aunque fuera la lucha, al grito de “Vivan las caenas”, contra el francés que portaba un modelo social más avanzado.
4) Dicen que hay un valle al norte de Afganistán que, como la irreductible aldea gala, no se somete a los vencedores. Los antecedentes familiares del líder no son para echar cohetes, según los estándares occidentales, pero tal vez muchos afganos piensen que más vale Guatemala que Guatepeor, si es cierto que cientos (o miles) están intentando llegar a Panjshir para unirse a los resistentes. Los analistas no les dan muchas opciones porque se hallan cercados por los talibanes y les han cortado los suministros. No soy ducho en intendencia militar, pero me choca que las grandes potencias, y aquí incluyo a Rusia y China, no sean capaces de crear un puente aéreo (o terrestre) seguro para abastecerlos. Si tienen voluntad de hacerlo, claro. Y si las empresas armamentísticas siguen viendo el filón, requisito no menor. Ya puestos, a ver algún día sale a la luz quienes financian las armas de los talibanes. ¿Sólo las compran con los beneficios del opio? El tiempo dirá en qué queda la cosa y, sobre todo, pondrá boca arriba las cartas de todos.
5) Cada vez que nombran a Afganistán recuerdo “El hombre que pudo reinar”. Mucho más que una estupenda peli de aventuras, entre líneas se desliza un análisis antropológico de las mentalidades. De la colonialista, a través de Michael Caine y, sobre todo, Sean Connery, pero también de la tribal, que es para echarles de comer aparte.
6) Me duelen mucho los afganos que quieren vivir en paz como seres humanos de este siglo. Y, más aún, las afganas.