En este teatro me hicieron la
entrevista más surrealista de mi vida (que tampoco han sido tantas, por otra
parte). Fue en plena Expo (para los foráneos, la Exposición universal de
Zaragoza, en 2008). Aquel día me tocaba participar, a media tarde y en un local
en la otra punta del recinto, en una curiosa actividad que mezclaba la poesía y
la geografía local. Cada día, un poeta era invitado a glosar la historia y
características de un pueblo o barrio para, a continuación, dar un recital con
sus poemas. A mí me tocó San Juan de Mozarrifar, barrio cercano a Zaragoza del
que sólo conocía el dudoso honor de haber albergado un campo de concentración,
tras la guerra civil. Detalle que mencioné sin ahondar demasiado porque, con
todos mis respetos para San Juan - de cuyo recorrido secular aprendí lo
suficiente para dar la charla y hasta escribir un relato de viajes, aplicando
el minimalismo a la distancia kilométrica y el maximalismo a la retórica - lo
que me importaba era mis poemas y no deseaba que algún mozarrifense, sentado
frente a mí, se sintiera molesto y montara un follón. Por menos he visto
arruinar algún acto.
Tras el recital, Luis Felipe
Alegre, que oficiaba de maestro de ceremonia, me dijo que un par de horas más
tarde acudiera al teatro, que nos iban a entrevistar en directo para Aragón
Radio. No me entrevistaban a mí como Miguel Carcasona, aclaro, sino al poeta
del día. Me tocó – o eso creo - porque aquella tarde habían decidido incluir,
dentro de un magazine dedicado a las actividades que se realizaban en la
exposición, lo de los pueblos y la poesía. Así que aproveché para recorrer algunos pabellones – ya adelanto que a mí, esto de la Expo no me entusiasmaba gran
cosa, pero como diría Galgo Cabanas “si estás en el baile, bailas” – y cuando
declinaba el sol, como escribiría algún colega cursi, acudí a este lugar al
aire libre, a ver qué me contaban. Mi primera sorpresa fue encontrarme con el
graderío casi lleno de un público en su mayoría femenino y adolescente. Coño,
pensé, qué tirón tiene la poesía entre las jóvenes. Me vine arriba. Ya se sabe
que quienes vamos de artistas por la vida necesitamos poco para hinchar nuestro
ego, de por sí rollizo. La segunda sorpresa fue que el presentador era una
antigua estrella de radiofórmula, a quien muchas noches había escuchado en el
transistor. La tercera que, al saludarnos a Luis y a mí, manifestó su emoción
por conocer a un poeta en persona, algo así como que era la primera vez que
estaba ante un poeta de verdad, quiero decir. Todavía dudo a quien de los dos
se refería, o si para él formábamos un pack indiscernible, como Hernández y
Fernández, los de Tintín. De lo que no dudo es que el hombre no tenía ni
repajolera idea de quienes éramos ni de nuestra trayectoria artística. Lo que,
en mi caso, se puede calificar de normal, pero en el de Luis Felipe, tras
décadas de difundir la poesía a través de El Silbo Vulnerado, de triste. Sobra
decir que, con ese desconocimiento de nuestras obras, a pesar de su buena
intención respecto a nuestras personas, y más allá de algunas preguntas de
cajón, solventó la entrevista como pudo y nosotros respondimos. A secas, porque
ni recuerdo lo que respondimos. Sí que recuerdo la presión del graderío
femenino y adolescente, a quien estorbaba ese par de viejos que no paraban de
parlotear y, mediante un murmullo creciente, como el que suelen soportar los
porteros locales en La
Romareda , mostraba su deseo de que nos mandara a escaparrar
y, por fin, entrara en escena el ídolo de masas, al que aguardaban hacía rato
turrándose al sol del verano para coger un buen sitio. Un cantante que podría
ser nuestro hijo, estilo triunfito. O algo así.. De verdad que he olvidado su nombre.
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