Ver una foto de la mujer con la que compartí, hace más de treinta años,
cafés y conversaciones, risas y algún paseo en su Seat Panda. La que me
rechazó con delicadeza porque ambos sabíamos – así me lo dijo - que en
ese momento nos distanciaba mucha más vida que los meses consignados en
el carnet de identidad y – así lo intuí - no tenía intención de anclarse
con un adolescente cuando podía escoger entre los hombres hechos y
derechos que la pretendían.
Ver una foto de esa mujer, tal como es hoy, y comprobar con pesadumbre que, si el azar nos juntara en la calle, me sucedería igual que al protagonista de “Escuela de muerte”, aquel magistral relato de Carlos Castán. Sólo que yo, el enamorado, el que hubiera agradecido un sí como un perdido en el desierto agradece el oasis, sería quien la miraría como si la estuviese viendo por primera vez y jamás hubieran existido su aliento a tabaco, mientras sonaba “Cuatro rosas”, ni esas tardes de palabras sin sexo.
Ver una foto y permanecer incrédulo leyendo el nombre que figura en su pie – eso no lo he olvidado, eso me salva respecto al relato – y luego escarbar en el rostro como un arqueólogo en la tierra apelmazada, queriendo encontrar algún detalle en los rasgos – el brillo de los ojos, el dibujo de de la sonrisa – que reviva a la que conocí, y rescate de los pliegues más recónditos de mi cerebro el recuerdo de lo que fui, y ahuyente de mi tacto la propia muerte.
Ver una foto de esa mujer, tal como es hoy, y comprobar con pesadumbre que, si el azar nos juntara en la calle, me sucedería igual que al protagonista de “Escuela de muerte”, aquel magistral relato de Carlos Castán. Sólo que yo, el enamorado, el que hubiera agradecido un sí como un perdido en el desierto agradece el oasis, sería quien la miraría como si la estuviese viendo por primera vez y jamás hubieran existido su aliento a tabaco, mientras sonaba “Cuatro rosas”, ni esas tardes de palabras sin sexo.
Ver una foto y permanecer incrédulo leyendo el nombre que figura en su pie – eso no lo he olvidado, eso me salva respecto al relato – y luego escarbar en el rostro como un arqueólogo en la tierra apelmazada, queriendo encontrar algún detalle en los rasgos – el brillo de los ojos, el dibujo de de la sonrisa – que reviva a la que conocí, y rescate de los pliegues más recónditos de mi cerebro el recuerdo de lo que fui, y ahuyente de mi tacto la propia muerte.
No me digas que voy a ser el primero que comente... Me ha gustado mucho. Un abrazo. (Soy José Ángel Sánchez).
ResponderEliminarPues sí, eres el primero, jajaja. ¡Muchas gracias! Un abrazo.
ResponderEliminarYa tienes otra visita más. Yo inicié un blog que cumple ya 10 años: desdeldesvan. blogia.com y puedo decir que la experiencia ha sido positiva...
ResponderEliminarAñadiré tu blog a la lista. 10 años ¡madre mía! No sé si aguantaré tanto. Enhorabuena por tu perseverancia.
EliminarA mí también me ha gustado, Miguel.
ResponderEliminarYa que estás varado, venimos a verte.
Gracias, Javier. Por aquí nos veremos también.
EliminarA mí también me ha gustado, Miguel.
ResponderEliminarYa que estás varado, venimos a verte.