martes, 10 de diciembre de 2024

"Averly, elegía del óxido", de Andrés Ferrer

Hace unas semanas asistí a la presentación de un libro especial, “Averly, elegía del óxido”, del fotógrafo Andrés Ferrer, aliñado con estupendos textos de Adolfo Ayuso, Antón Castro, Julio José Ordovás y Fernando Sanmartín.






Para quien no conozca la historia, Averly fue una potente empresa de fundición industrial - maquinaria y artística - que funcionó durante siglo y medio, con un importante papel en la comunidad y abundante presencia en la ornamentación urbana de Zaragoza. Tras su cierre, en 2011, se vendió para construir pisos de alto coste en el solar, salvo en la entrada principal y la vivienda familiar, declarados Bienes de Interés Cultural. En respuesta, se creó una plataforma ciudadana para salvar también las naves, por su interés como arqueología industrial. Su fracaso era de prever y, como apunta el autor: “El 21 de julio de 2016, cumpliendo con la tradición local, se iniciaron los derribos de Averly”.




Unos años antes, entre noviembre de 2013 y mayo de 2014, Andrés Ferrer consiguió permiso para entrar en la vivienda y en la fábrica abandonada. Su trabajo impacta. Me recuerda a esas imágenes de casas que han sido precipitadamente abandonadas por sus dueños a causa de una guerra o una catástrofe. Innumerables materiales desperdigados, máquinas en desuso, estatuas inacabadas que nos miran con la incredulidad de alguien a quien le sorprende un percance fatal, o como debía mirar la Penélope de Serrat a los viajeros que arribaban cada tarde a la estación. Quizás la que selecciono sea el compendio de lo que significa Averly: una escultura de mujer, boca abajo y con los brazos orantes, abandonada entre el serrín y los desperdicios del suelo. Y ese título del libro olvidado en algún rincón “La verdad que lleva a vida eterna”, el toque irónico final.



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