Veinte segundos de amor
Veinte segundos de amor
Ya lloró el
poeta la desgracia cruel de ser ciego en Granada, pero qué metáfora imposible
hubiera ideado si llega a verte como yo te contemplo ahora, cuerpo de mujer,
blancas colinas, muslos blancos, en esta tarde de junio, recostado en la
pared como el preso al que comunican un indulto inesperado. Ni Alhambras, ni
Generalifes, ni obra alguna del hombre alcanzan el esplendor de la naturaleza
encarnada en ti, bailarina desgranando ante mis ojos la milenaria danza que
prologa al amor. Acunados por el rumor de voces y pasos presurosos al otro lado
de tabiques, somos dos robinsones en una burbuja de paz.
En su
llama mortal la luz te envuelve, y no importa que sea la de un tibio
fluorescente, con la fuerza justa para tiznar en tu espalda la sombra del
sostén – las manos expuestas hacia delante en un gesto de entrega – mientras se
desliza hasta liberar tus senos, esclavos del pudor; o para bañar con parquedad
tu desnuda magnificencia, tu cuerpo ya despojado de toda adherencia superflua
mientras te giras hacia mí, dispuesta a la consumación como una virgen ofrecida
en sacrificio. No importa la pobreza del decorado cuando esplende la trama, ni
tu estatua absorta, sola en lo solitario de estas horas de muertes,
porque en los preámbulos del amor, como en los de la muerte, ningún apoyo sirve
para eludir el vértigo y sé que, como yo, te hallas llena de las vidas del
fuego.
Inclinado
en la tarde tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos y, en un
relámpago de telepatía, los alzas de improviso. Un segundo se cruzan nuestras
miradas, y un segundo basta para que de la tuya emerja la costa del espanto,
la furia de ese mar que sacude tus ojos oceánicos, y la mía
reciba el latigazo del desprecio. De un manotazo corres la cortina del probador
que tu marido, con masculina indolencia, dejó entreabierta al partir hacia la
sección de ropa, en busca de más bikinis que hurtarán en la piscina los
vasos del pecho y las rosas del pubis que he sentido míos mientras te quitabas
el último modelo rechazado, ajena a lo que te rodeaba. Corres la cortina como
una postrera bofetada y me abandonas sentado en mi cubil, sintiendo de pronto
el frío en las piernas desnudas sobre las que se arremolina el pantalón que iba
a probarme; entonando, tras los veinte segundos de amor, esta canción
desesperada.
Ganador del III Concurso de Relatos
para Leer en Tres Minutos ‘Luis del Val’ (2006)
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