martes, 7 de noviembre de 2023

PERSIGUIENDO SOMBRAS POR ROMA

 

Escribía hace poco Irene Vallejo sobre la costumbre de buscar, en ubicaciones reales, el rastro de seres ficticios. Existen ficciones que nos han marcado, cuya memoria se superpone como una fina lámina a los escenarios por los que paseamos. Estos días, en Roma, los fantasmas de Jepp Gambardella y los personajes de “La gran belleza” me asaltaban entre las turbas que rodeábamos los monumentos insignes o en rincones casi solitarios que, por fortuna, también hallé. Incluso creí cruzarme con Toni Servilio en una acera del Trastévere. Seguramente, el rostro y las formas de aquel elegante caballero guardaban cierta semejanza con las del actor, pero bastó ese segundo fugaz de espejismo para que la ilusión se materializase. Conservé, sin embargo, un último ramalazo de cordura y no llegué a girarme y exclamar “¿Signor Servilio?”, tal como Gambardella cuando se topa con Mdme. Ardant. Igual que no llamé al timbre del ático a orillas del Tíber en el que se celebraba una fiesta, no fuera a ser que me invitasen a subir. En las Termas de Caracalla no encontré jirafas ni magos que las hiciesen desaparecer, pero sí recordé la despedida de Romano, el amigo fiel, el escritor desengañado de la ciudad y la literatura justo cuando por fin, demasiado tarde, comprende que ser uno mismo, en la vida y en las letras, es el único motor que puede impulsarnos hasta donde el talento y la suerte alcancen.




Pero no sólo de ficciones vive el hombre. También de personajes reales que hemos conocido a través de las ficciones porque, en parte, eso son los libros sobre la historia antigua, el relato de unos acontecimientos filtrados por la subjetividad del narrador coetáneo y la escasez de datos del actual. En la Piazza del Pópolo, mirando la calle que se superpone a la antigua vía Flaminia, imaginé a Aníbal frente a las murallas, dudando si intentar su asalto. O en el Ara Pacis saludé a la estatua de Claudio, mi emperador favorito, el que debió acuñar el dicho de “Tonto, tonto, mierda, mierda”. Con él se mezclan historia y novela, la de Robert Graves, que convertida en la serie “Yo, Claudio” sigue siendo una de las pocas que he visto entera, y la única dos veces con décadas de diferencia.




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