Ya me carga este último arreón del nacionalismo
español, el nacionalismo más dañino en nuestra Historia reciente, que gusta de
utilizar la bandera para quebrar con ella las espaldas de los españoles que
desean mejorar el país. Todo provocado porque el PP vendió la piel del oso
electoral antes de cazarlo y Vox pretende justificar su existencia, que amenaza
diluirse como el raquítico azucarillo de su discurso. De estos últimos nada
cabe esperar, salvo que sigan deteriorando la convivencia. De los otros, su
deriva los arrastra hacia un lodazal peligroso.
No espero maravillas del futuro Gobierno - los
márgenes de movimiento son estrechos - ni me gusta el apoyo de la versión
catalana – en ideología y corrupción – del PP. Pero no olvido algunas cosas: la
amnistía fiscal de M. Rajoy en 2012, permitió a delincuentes blanquear 40.000
millones de euros - más de lo que se le perdona a la Generalitat – mientras, a
la vez, subía el IVA. O ese mismo Presidente, muy español y mucho español,
indultó a un antiguo cargo de Pujol condenado por malversación. En ambos casos no
recuerdo que los defensores de España berrearan en la calle, ni que se
escribieran tantos lamentos de plañidera como ahora. Tampoco olvido algunos
silencios cuando el gobierno ¿socialista? de F. González indultó a Armada, un
golpista de verdad.
Como viví en primera persona un “Procés local”,
que convirtió en municipio a un barrio de Zaragoza por la decisión de un juez,
sin que los vecinos pudieran votar y contra el deseo, entonces, de la mayoría,
apoyé la idea de un referéndum entre los catalanes. Votaciones así se han
celebrado en varios países cercanos sin que ardiera Troya. La última, la de
Escocia en 2014. Aunque prefiera una Unión Europea fuerte y con personalidad
propia - algo que veo cada vez más lejano - respeto que una comunidad tenga derecho
a la libre determinación de su destino, como se dice en la Carta de la ONU.
Vivo en un continente que ha sufrido un permanente cambio de fronteras,
generación tras generación, durante los últimos siglos. Lo difícil, en el caso
catalán, iba a ser gestionar el previsible resultado cercano al empate y la
fractura social que conllevaba. Pero acusar de sedición y golpistas a quienes
promovieron una consulta popular, por chapucera que resultase, me pareció mear
fuera de tiesto. Sedición y golpes de estado fueron lo de Franco o el 23-F;
esos que, si triunfan, desatan una represión salvaje para exterminar al rival
político.
Da mucha grima y vergüenza ajena todo este
circo, todo este sinsentido de gente rancia montando tumultos en calles y
tribunas, gritando desaforada ante las cámaras envueltas en la bandera que,
como al resto del país, consideran de su propiedad. Me sale decirles lo mismo
que les soltó Labordeta en el Congreso, cuando le saboteaban el discurso: “¡A
la mierda, hombre!”.
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