Varado en el arcén
lunes, 8 de abril de 2024
viernes, 19 de enero de 2024
Perfect days, de Wim Wenders
En la página que Wikipedia le dedica al
director de cine Wim Wenders se lee lo siguiente:
“Habiendo nacido en una época en la que Alemania comenzó a girar hacia
la cultura estadounidense para olvidar su propio pasado, Wenders tiende a
explorar en sus películas la presencia estadounidense en el inconsciente
europeo, o más concretamente la americanización de la Alemania de posguerra (un personaje suyo al cantar una tonadilla en
inglés dice "estamos colonizados").”
El miércoles vi Perfect days, dirigida por él y más allá de su
eje central, la monótona y en apariencia feliz vida de un meticuloso limpiador
de urinarios públicos, descubrí una trama paralela, subterránea, donde mediante
pinceladas se expone un retrato sociológico del Japón contemporáneo que encaja
como un guante con el párrafo anterior. Un retrato figurativo, sin afán de
denuncia, de una sociedad triste y de la sumisión nipona a la cultura americana
y su way of life, herencia de la reeducación forzosa tras la humillante derrota
de la segunda guerra mundial. De ello derivan unos personajes desubicados, en
algunos casos grotescos y en otros de una surrealista desazón, como el mendigo del
taichi. Vislumbré el reverso pesimista de “Las algas americanas”, una novela escrita
por Akiyuki Nosaka hace medio siglo, donde satiriza ese choque cultural con
humor simpsonesco, veinte años antes de que Matt Groening creara a la familia.
En “Las algas…” un matrimonio de jubilados norteamericanos visita el hogar de
una joven pareja nipona a invitación de la esposa deslumbrada por la aureola
que los rodea, materializada en el formidable marido, antiguo marine durante la
guerra. Frente a él se erige el quijotesco esposo japonés, quien en su intento
de dejar alto el pabellón nacional da lugar a una serie de situaciones desternillantes.
La recomiendo a quien no la conozca.
En la película, el protagonista sólo escucha música anglosajona y lee
literatura estadounidense. Las únicas excepciones son una canción, intuyo, en
lengua autóctona y los aforismos de un autor japonés comprados en una librería
de saldo, para alegría de la librera que apostilla: “Debería tener más
reconocimiento”. Por otro lado, las ubicaciones generacionales de los
personajes pueden interpretarse como alegorías de la historia nipona posterior
a la debacle del 45: el anciano y autoritario padre con alzheimer; el hijo – el
protagonista - enfrentado a su progenitor, que renuncia a su cómoda situación
social - ¿a cambio de no renunciar a sus raíces? - aceptando a modo de
penitencia limpiar los orines de los demás; y por último, la triada de jóvenes,
compuesta por el atolondrado compañero de trabajo – la personalización de la
imbecilidad -, una desnortada otaku con la que este pretende ligar y la sobrina
del limpiador, que se refugia en su casa para huir de su madre y de la
ansiedad, en una repetición de lo hecho por su tío; quizás esta chica simbolice
la esperanza en el futuro a pesar del desalentador regreso al redil familiar. Todo
desarrollado en un Tokio que oscila entre lo cochambroso y lo deshumanizado, salvo
el parque y un puente sobre el caudaloso río. Con las bicicletas detenidas
sobre el puente, la sobrina le pide al tío que continúen el paseo hasta el cercano
mar donde desemboca el río, pero él se niega, aunque deja la puerta abierta a llevarla
en el futuro.
No hago más spoiler. Si acaso, que los primeros 45 minutos se podrían
haber contado en 15, y la película habría quedado redonda. Quien tenga ganas de
levantarse de la butaca, que aguante ese primer tramo. Y que, contradiciendo a
Boyero y a los extractos de las reseñas del cartel, en absoluto me parece una
oda a la humildad y al valor de las pequeñas cosas. El limpiador de urinarios no
es una persona feliz con su destino, por mucho que resigne a él y sonría en
cada amanecer o al fotografiar los árboles. En la escena final se condensa la
lucha interior entre la negación y la aceptación de su triste realidad.
jueves, 11 de enero de 2024
BECKENBAUER
Desde que oí la palabra, decidí jugar de líbero en los partidos que
echábamos en la era. En el vocablo líbero se unían el concepto, la libertad de
moverse por el campo sin sujeción a marcas ni posiciones, y la eufonía, mayor
que en el “libre” usado por algunos periodistas. Es decir, implicaba pocas
obligaciones y sonaba musical, como creada a propósito para mí. El primer día
lo planteé tras echar pies para formar los equipos y el resto lo aceptó,
sospecho porque, en el fondo, mi incidencia en el choque resultaría escasa en
un sitio u otro. El partido comenzó y, durante unas cuántas jugadas, fui
revoloteando por aquí y por allá, hasta que uno de los mayores me abroncó para
que ocupara mi posición. Le contesté que jugaba de líbero y entonces me aclaró
que el líbero era el quinto defensa, el que se colocaba detrás de los otros
cuatro, sin marca fija, para ayudarlos cuando los delanteros los superasen.
“Como Beckenbauer”, añadió.
Ahí terminó mi corta carrera como líbero. Sabía quién era Beckenbauer,
claro. En el mundial de Alemania yo iba con la Holanda de Cruyff y Neeskens.
Era culé, Cruyff el ídolo que nos había dado la primera Liga contemplada por
mis ojos y Neeskens el recién fichado que, en las siguientes temporadas, nos
deleitaría con sus medias bajadas y sus pulmones incansables. La Final es uno
de los primeros partidos de los que guardo memoria visual, con la alegría del
gol holandés al empezar – un penalty ejecutado por Neeskens con un trallazo por
medio, como siempre – y la remontada de los teutones. Beckenbauer y Torpedo
Müller eran muy buenos. Lástima que jugasen en el equipo equivocado. Para mi
tristeza, y la de los amantes del buen fútbol, se impuso la disciplina de
Alemania Federal a la creatividad de la naranja mecánica holandesa.
Hace unos días murió Beckenbauer. Con él desaparece otro de los mitos de la
infancia.
viernes, 17 de noviembre de 2023
El último arreón del nacionalismo español.
Ya me carga este último arreón del nacionalismo
español, el nacionalismo más dañino en nuestra Historia reciente, que gusta de
utilizar la bandera para quebrar con ella las espaldas de los españoles que
desean mejorar el país. Todo provocado porque el PP vendió la piel del oso
electoral antes de cazarlo y Vox pretende justificar su existencia, que amenaza
diluirse como el raquítico azucarillo de su discurso. De estos últimos nada
cabe esperar, salvo que sigan deteriorando la convivencia. De los otros, su
deriva los arrastra hacia un lodazal peligroso.
No espero maravillas del futuro Gobierno - los
márgenes de movimiento son estrechos - ni me gusta el apoyo de la versión
catalana – en ideología y corrupción – del PP. Pero no olvido algunas cosas: la
amnistía fiscal de M. Rajoy en 2012, permitió a delincuentes blanquear 40.000
millones de euros - más de lo que se le perdona a la Generalitat – mientras, a
la vez, subía el IVA. O ese mismo Presidente, muy español y mucho español,
indultó a un antiguo cargo de Pujol condenado por malversación. En ambos casos no
recuerdo que los defensores de España berrearan en la calle, ni que se
escribieran tantos lamentos de plañidera como ahora. Tampoco olvido algunos
silencios cuando el gobierno ¿socialista? de F. González indultó a Armada, un
golpista de verdad.
Como viví en primera persona un “Procés local”,
que convirtió en municipio a un barrio de Zaragoza por la decisión de un juez,
sin que los vecinos pudieran votar y contra el deseo, entonces, de la mayoría,
apoyé la idea de un referéndum entre los catalanes. Votaciones así se han
celebrado en varios países cercanos sin que ardiera Troya. La última, la de
Escocia en 2014. Aunque prefiera una Unión Europea fuerte y con personalidad
propia - algo que veo cada vez más lejano - respeto que una comunidad tenga derecho
a la libre determinación de su destino, como se dice en la Carta de la ONU.
Vivo en un continente que ha sufrido un permanente cambio de fronteras,
generación tras generación, durante los últimos siglos. Lo difícil, en el caso
catalán, iba a ser gestionar el previsible resultado cercano al empate y la
fractura social que conllevaba. Pero acusar de sedición y golpistas a quienes
promovieron una consulta popular, por chapucera que resultase, me pareció mear
fuera de tiesto. Sedición y golpes de estado fueron lo de Franco o el 23-F;
esos que, si triunfan, desatan una represión salvaje para exterminar al rival
político.
Da mucha grima y vergüenza ajena todo este
circo, todo este sinsentido de gente rancia montando tumultos en calles y
tribunas, gritando desaforada ante las cámaras envueltas en la bandera que,
como al resto del país, consideran de su propiedad. Me sale decirles lo mismo
que les soltó Labordeta en el Congreso, cuando le saboteaban el discurso: “¡A
la mierda, hombre!”.
martes, 14 de noviembre de 2023
Un recuerdo con Joan Jara.
Ha fallecido Joan Turner, la viuda de
Víctor Jara. Joan se inició en la danza en su Londres natal, con el Ballet Joos
recorrió buena parte de Europa y recaló en Chile con su entonces marido,
Patricio Bunster, del que se separó al cabo de unos años. En este país ingresó
en el Ballet Nacional y dio clases en la Universidad, donde conoció al que con
el tiempo sería su segundo esposo, aún un joven estudiante de Teatro y cantante
en ciernes. Su brillante trayectoria profesional quedó en parte eclipsada tras
el asesinato de Víctor y el forzado exilio a Londres. Pasó a ser conocida como
Joan Jara y recorrió el mundo, reclamada para actos de solidaridad con el
pueblo chileno. En 1983 escribió una biografía de su marido, “Un canto
truncado”, donde cuenta detalles de su vida, de los impulsos que movían su
faceta creativa, tanto en teatro como en canción y de todo lo que rodeó su muerte,
incluido el rescate in extremis del cadáver. No cejó en pedir justicia y ha
llegado a ver cómo, medio siglo después, se condena a siete militares
implicados en el crimen y cómo Estados Unidos ha despojado de la nacionalidad
al autor material, primer paso para su extradición. A mitad de los ochenta
retornó a Chile. Además de ser símbolo antifascista en un país todavía sometido
por la dictadura, retomó su carrera creando el Centro de Danza Espiral. En
reconocimiento a su labor profesional, en 2021 el gobierno le otorgó el Premio
Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales de Chile. En 1993 había
instituido la Fundación Víctor Jara, que mantiene vivo su legado. Hace unos
veinte años estuvo en Zaragoza, y gracias a la generosidad de Mónica Díaz pude
saludarla y regalarle un libro mío dedicado, como agradecimiento al referente
personal que durante mi juventud, más allá de sus canciones, fue Víctor para
mí. Que la tierra le sea leve.
martes, 7 de noviembre de 2023
PERSIGUIENDO SOMBRAS POR ROMA
Escribía hace poco Irene Vallejo sobre la
costumbre de buscar, en ubicaciones reales, el rastro de seres ficticios.
Existen ficciones que nos han marcado, cuya memoria se superpone como una fina
lámina a los escenarios por los que paseamos. Estos días, en Roma, los fantasmas
de Jepp Gambardella y los personajes de “La gran belleza” me asaltaban entre
las turbas que rodeábamos los monumentos insignes o en rincones casi solitarios
que, por fortuna, también hallé. Incluso creí cruzarme con Toni Servilio en una
acera del Trastévere. Seguramente, el rostro y las formas de aquel elegante
caballero guardaban cierta semejanza con las del actor, pero bastó ese segundo
fugaz de espejismo para que la ilusión se materializase. Conservé, sin embargo,
un último ramalazo de cordura y no llegué a girarme y exclamar “¿Signor
Servilio?”, tal como Gambardella cuando se topa con Mdme. Ardant. Igual que no
llamé al timbre del ático a orillas del Tíber en el que se celebraba una
fiesta, no fuera a ser que me invitasen a subir. En las Termas de Caracalla no
encontré jirafas ni magos que las hiciesen desaparecer, pero sí recordé la
despedida de Romano, el amigo fiel, el escritor desengañado de la ciudad y la
literatura justo cuando por fin, demasiado tarde, comprende que ser uno mismo,
en la vida y en las letras, es el único motor que puede impulsarnos hasta donde
el talento y la suerte alcancen.
Pero no sólo de ficciones vive el hombre.
También de personajes reales que hemos conocido a través de las ficciones
porque, en parte, eso son los libros sobre la historia antigua, el relato de
unos acontecimientos filtrados por la subjetividad del narrador coetáneo y la
escasez de datos del actual. En la Piazza del Pópolo, mirando la calle que se
superpone a la antigua vía Flaminia, imaginé a Aníbal frente a las murallas,
dudando si intentar su asalto. O en el Ara Pacis saludé a la estatua de
Claudio, mi emperador favorito, el que debió acuñar el dicho de “Tonto, tonto,
mierda, mierda”. Con él se mezclan historia y novela, la de Robert Graves, que
convertida en la serie “Yo, Claudio” sigue siendo una de las pocas que he visto
entera, y la única dos veces con décadas de diferencia.
lunes, 24 de julio de 2023
Sobre las elecciones del 23-J
No aspiro al paraíso, algunas cosas no me gustan ni comparto todas las decisiones de esta última legislatura. Pero recuerdo cómo gobernaban los otros: la austeridad a costa de los de siempre mientras se amnistiaba a los grandes defraudadores; la sonrisa de Aznar en las Azores, ufano como el lacayo a quien por una vez permiten sentarse a la mesa del señor; las mentiras de las armas masivas o el 11-M. También soy lo bastante viejo y sensato para no tragarme la hipocresía de su escisión ultrapatriotera (a la que cada vez se acercan más en su deriva), su ramplonería revestida de palabras tan falsas como aquellos rancios decorados de cartón piedra que la nostalgia, esa traidora, presenta como paisajes reales en las mentes de algunos. Una palabrería que arrojan por todos sus medios (muchos y poderosos, ¿de dónde saldrá tanto dinero?) para inflar de aire los cerebros y convertirnos en hombres huecos, apoyados unos en otros con la cabeza llena de serrín (tomo la metáfora de Eliot). No soy un ingenuo, y sé que el margen de maniobra no es demasiado ancho, ni estoy tan ciego para no ver que entre los dos partidos grandes, en los grandes temas, existen pocas diferencias. Pero existen, y se amplían porque uno, por fortuna, tendrá que volver a apoyarse en la izquierda (ahora encarnada en el Sumar al que voy a votar) y el otro, por desgracia, va de la mano de la ultraderecha. Por eso, aunque no espere maravillas, prefiero otros cuatro años así que sufrir a Feijóo con Abascal en los tiempos que se avecinan. Si me entra añoranza del esperpento, ya cogeré un libro de Valle-Inclán.